MERCADOS

“¿Qué querías ser de pequeño?”, le pregunta un niño a Usman Garuba en el Colegio Santiago Apóstol Cabanyal, en Valencia. El pívot de la selección española, sentado frente a un público infantil en un acto del Campus Social Basketball de Kellogg’s, responde con sinceridad: “Futbolista. No me gustaba el baloncesto. Yo no quería jugar a esto. Era un obsesionado del fútbol, pero no había plazas en el equipo… y me apuntaron a la canasta. Yo tenía nueve años”.

Usman Garuba rebosa energía. Los pequeños se quedan impresionados ante un hombretón de 22 años, 2,03m, 112 kilos de peso y un 51 de talla de zapatilla. Continúan las preguntas divertidas: “¿Cuántos goles has metido?, ¿eres millonario?, ¿sabes leer?”. Y luego participan en un partidillo en una cancha en la calle con el jugador internacional, que hace un alto en el preolímpico de Valencia en el que la selección busca el pase a los Juegos de París. Garuba ríe entre los niños y las niñas, disfruta. “En mí quedan muchas cosas de cuando yo era pequeño, la ilusión, los valores, el compromiso, el sacrificio… Quien me conoce lo sabe. Ojalá sea así siempre. Ojalá quedarse en la niñez toda la vida, pero hay que madurar…”, cuenta luego Garuba a EL PAÍS.

El joven que se crió en Azuqueca de Henares, a 50 kilómetros de Madrid, está hoy pendiente de su futuro. Después de dos temporadas y 99 partidos en los Houston Rockets y de un último curso con un contrato dual en Golden State, ha vuelto a la encrucijada. Su sueño es seguir en la NBA, pero en la pasada campaña alternó el filial de los Warrios con apariciones muy escasas con el primer equipo: solo 18 minutos repartidos en seis encuentros para un total de tres puntos y siete rebotes en toda la campaña. Unos números escuálidos que se unen a cierto recelo en EEUU sobre su figura: le faltan centímetros para ser un cinco y tiro exterior para jugar de cuatro. La puerta del Madrid, donde se formó, sigue abierta para reforzar el juego interior tras la marcha de Poirier, junto a Tavares y la posible incorporación de Serge Ibaka.

Destiny es su segundo nombre, de origen cristiano. Así le llama su madre, Betty. Para su padre, Mustapha, es Usman, musulmán. “¿El destino? No está escrito, hay que trabajarlo. Todo te lo tienes que currar tú, luchar día a día. Lo digo muchas veces. Cuanto más lucho, más cosas logro. La suerte no es casualidad”, afirma Garuba sobre su futuro; “yo creo mucho en mí mismo, quizás demasiado. Siempre he sido así desde pequeño y no creo que cambie. Y si lo hago, no seré yo mismo. Sé lo que puedo hacer. Cada uno tiene sus bazas. Yo creo demasiado en mí mismo. Cuando estoy en el campo, siento que soy el mejor y que voy a luchar por todo. Es importante para mí tener esa confianza. Esa es la clave. Lo he aprendido en Estados Unidos. Si no confías en ti mismo, nadie lo va a hacer. Antes usaba más ayuda psicológica, ahora menos. Con el paso de los años tengo demasiada confianza en mí mismo. Digo demasiada en vez de mucha porque es verdad, es demasiada”.

Esa fe ya le hizo anticipar que España ganaría el oro en el Eurobasket de 2022, un éxito impensable. En la selección sorprendió el atrevimiento de Garuba, el hombre que en las celebraciones por el título bautizó a Lorenzo Brown como Lorenzo de Albacete. En la pista, Scariolo aprecia su brega para la defensa y para pelear cada balón como si fuera el último. Y en este preolímpico se le aprecia más fino. “Estoy mejor que nunca. En mis dos primeros años en la NBA me centré en ponerme más fuerte y este curso hablé con mi equipo sobre cómo cambiar el físico. Entre enero y febrero estuve un mes parado trabajando solo físicamente”, cuenta Garuba.

Los niños del colegio le regalan un dibujo con un mensaje: “Que tu espíritu de lucha te lleve a lo más alto del podio”. El pívot español sonríe. Tiene demasiada confianza en sí mismo.

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