MERCADOS

La UEFA ha emitido ante esta Eurocopa una instrucción plausible: que sólo los capitanes puedan dirigirse al árbitro. Me apresuraré a decir que así era en los tiempos de Mari Castaña, pero la tolerancia arbitral con el desgaste progresivo de la recta concepción deportiva del pasado hizo que aquello se lo llevara el tiempo. Ahora resurge como forma de ayudar a los árbitros, o más bien de recordarles cómo eran y debieron seguir siendo las cosas. No es la primera ocasión en que algo así ocurre. En 1970 aparecieron las tarjetas, amarilla y roja, para recordarles a los árbitros que determinadas incorrecciones o la reincidencia en ellas deberían ser amonestadas y, en caso de persistencia, obraba expulsar al amonestado. No lo hacían y eso alargó la carrera de Stiles, que pasó tirando al suelo sistemáticamente al mejor del equipo rival, de cuyo marcaje era siempre responsable. O cuando alguna vez se expulsaba, caso del argentino Rattin por sus reiteradísimas protestas (muchas de ellas por la forma de conducirse el citado Stiles), la falta de hábito producía extrañeza. De ahí la tarjeta amarilla, que tanto o más que al jugador informa al público y la prensa de la amonestación. Todo lo antedicho sucedió en Inglaterra 66. En México 70 aparecieron las tarjetas y Stiles dejó de ser útil.

Volviendo a las protestas, aquellas educadas conversaciones del capitán, generalmente con las manos agarradas tras la espalda, con el árbitro, había degenerado en un ‘corro de la patata’, un escrache del que el árbitro huía. Solo amonestaba, si acaso, al portero, cuya indumentaria delataba que venía de muy lejos para sumarse al acoso. Una imagen fea para el fútbol. Ahora, por cierto, en previsión de que el capitán sea el portero, al que la cuestión puede pillar lejos, se fija ante el árbitro una especie de lugarteniente, un jugador de campo para la tarea de interlocución.

La viejuna novedad viene resultando hasta el momento. De hecho, es el propio árbitro el que ante una decisión dura convoca a los dos capitanes, para explicársela, muy al modo de pretéritos usos en Inglaterra. Nadie más debe acercarse y en la primera jornada todo el mundo lo respetó.

¿Se conseguirá mantener en los campeonatos nacionales, en especial en nuestro caliente mundo latino? Arbitrar y mantener en orden una Eurocopa o Mundial es relativamente sencillo. Son torneos cortos, en los que nadie quiere perderse un partido y con todo el país pendiente de uno. Equivocarse y dejar al equipo con diez por una mala reacción puede hacérselo pasar mal al culpable de ello. David Beckham penó un año largo por su reacción infantil ante Simeone, que le costó dejar con diez a Inglaterra ante Argentina en 1998. La siguiente liga fue denostado en todos los campos. Los jugadores suelen tener mejor conducta en campeonatos de este tipo que en los domésticos.

Que en los nacionales (en el nuestro, que es el que nos interesa) esto funcione dependerá de la seriedad e insistencia con que se advierta previamente a los clubes y de la firmeza de los propios árbitros en la primera jornada e inmediatas. No sé si tengo mucha fe, porque hablamos de un mal hábito muy arraigado. Una cosa es que se contengan en la Eurocopa, un poco al modo del que no dice palabrotas cuando está de visita en un lugar respetable, y otra que en su propio ambiente sea capaz de corregirse. Y falta ver la valentía, según dónde, cuándo y ante quién del árbitro de turno si le viene un tropel del equipo local a rodearle. Recuerdo un árbitro, no muy remoto (de los 70 y 80) que pretendía aplicar escrupulosamente las reglas en cuanto a amonestaciones y expulsiones. El colectivo no le siguió, él se creció en su papel, y quedó como un extremista montalíos, una epidemia singular y pasajera que, como vino, se fue.

De momento, y a la vista de la primera jornada, lo que se puede hacer es exhortar a todo nuestro fútbol a que mire con atención este nuevo uso y tome nota de que mejora el desarrollo de los partidos y le da al fútbol un aire más civilizado.

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