MERCADOS

Nathaniel Dye, de 38 años, sabe que en el mejor de los casos le quedan tres de vida. El cáncer, extendido ya por todo su cuerpo, lo está matando. “No puedo dejar de pensar que todo podría haber sido de otro modo. Me tocó esperar 100 días hasta que empecé el tratamiento, cuando el objetivo del Gobierno era que la espera nunca superara los 62 días. Si hubiera empezado antes con la quimio, habría alguna posibilidad de evitar la metástasis”, contaba este profesor de música en la presentación del “manifiesto” —así se llama en el Reino Unido al programa electoral— del Partido Laborista, el pasado jueves.

“Mi pareja y yo tenemos un niño de 13 años y una niña de 7. Vivimos en un estudio con una cama en el este de Londres”, contaba Dye en ese mismo evento. “Decir que nuestra vida es difícil sería quedarse corto. Más allá de los problemas de salud mental que sufrimos los cuatro, las relaciones entre marido y mujer, hermano y hermana, padres e hijos, padecen la tensión derivada de vivir uno encima del otro”, contaba.

La campaña para las elecciones británicas del 4 julio ya ha atravesado el ecuador desde que el primer ministro, el conservador Rishi Sunak, adelantara por sorpresa las elecciones el pasado 23 de mayo. Frente al espíritu thatcheriano que Sunak ofrece a los votantes—menos impuestos y mano dura con los que consideran vagos—, la propuesta laborista se tiñe de una mezcla ambigua de optimismo y realismo.

Keir Starmer, el opositor al que todas las encuestas sitúan ya en Downing Street, ha perseguido en los últimos años alejarse de la excesiva imagen de izquierdas que arrojaba su predecesor al frente de los laboristas, Jeremy Corbyn. Promete una “renovación nacional” con decenas de miles de incorporaciones a hospitales y colegios, nuevas inversiones en las obsoletas infraestructuras del país y una alianza con el empresariado para recuperar la productividad y apostar por el crecimiento.

Pero en su afán por no espantar al mundo de los negocios ni a la clase media, su propuesta fiscal es modesta. Eliminación del régimen especial de impuestos para los multimillonarios sin residencia en el Reino Unido; recuperación del IVA para las matrículas de los colegios privados; y aumento sin especificar del gravamen a las ganancias de capital privado. En total, apenas 10.000 millones de euros. A cambio, Starmer no deja de prometer que no tocará ni el impuesto sobre la renta, ni el de sociedades ni el IVA.

“La promesa de no subir la presión fiscal en su conjunto es una elección política legítima, pero el compromiso concreto de no subir determinados impuestos presenta problemas”, ha señalado Helen Miller, la subdirectora del centro de análisis Instituto de Estudios Fiscales (IFS, en sus siglas en inglés). “Restringe la capacidad de cualquier Gobierno de responder ante un cambio de circunstancias, y dificulta cualquier reforma del sistema impositivo”, añade la analista.

No espantar a los electores

Los expertos acusan a los dos candidatos de participar en una “conspiración de silencio” que oculta la dura realidad a los electores, para no espantarlos. El conservador anunció una nueva rebaja fiscal por valor de 20.000 millones de euros y futuros recortes en los impuestos, además de un incremento en el presupuesto de Defensa. Todo sin aclarar de dónde va a salir ese dinero o qué recortes va a aplicar en el gasto social. Promete meter mano a los ciudadanos que hasta ahora han alegado problemas de movilidad o de salud mental, desde la pandemia, para que se reincorporen al mercado laboral. Eso, junto a un mayor control de la evasión y el fraude fiscal, debería bastar, asegura Sunak, para recaudar cerca de 14.000 millones de euros.

“Todo lo que ofrecen son regalos al contribuyente que deberán ser financiados por unos supuestos ahorros que son aún inciertos, poco específicos y que, en apariencia, no ocasionarán víctimas. De momento, me reservo un cierto grado de escepticismo”, ha señalado Paul Johnson, director del IFS, al conocer las propuestas de Sunak.

En política, el medio también es el mensaje. El Partido Conservador escogió el circuito de Silverstone, el más antiguo de la Fórmula 1, para presentar el martes su programa. El Partido Laborista lo hizo dos días después en la sede de Co-op en Mánchester, la histórica cooperativa del Reino Unido vinculada al movimiento obrero.

Los tories pretenden convencer a los ciudadanos de que les den a ellos la oportunidad de enderezar un país que han dejado en muy mal estado después de 14 años en el poder. Los laboristas, que mantienen una ventaja constante de 20 puntos porcentuales en el promedio de encuestas, prometen una “renovación nacional” que ponga fin al declive del país.

La victoria de Starmer se da ya por hecha, pero su liderazgo no termina de alzar el vuelo. Y el de Sunak se arrastra por los suelos.

John Curtice, el sociólogo más prestigioso y más respetado por los británicos, aseguraba esta semana en un informe para el Centro de Investigaciones Sociales que la confianza de los ciudadanos en los políticos y en su sistema electoral nunca había estado históricamente tan baja como en la actualidad.

Coinciden los expertos en alabar a los laboristas por evitar fuegos artificiales o promesas originales en su propuesta, y acertar en el diagnóstico de los problemas. Pero señalan con preocupación una mezcla de excesiva prudencia y falta de claridad frente a la magnitud del desafío.

El ala izquierda del partido exige a Starmer más arrojo, y le acusa de plantear recetas que se distinguen poco de las de los conservadores. Pero si llega a ser primer ministro y su Gobierno logra reparar los problemas que paralizan al Servicio Público de Salud, con millones de personas en lista de espera como Nathaniel, o mejora la oferta de vivienda pública que reclamaba Dye en la presentación del programa laborista, cambiarían las condiciones de vida de muchos británicos que no aspiran a una “renovación nacional” sino, de modo más modesto, a que su asfixiante situación mejore.

La empresa de sondeos IPSOS pidió recientemente a los votantes que enumeraran los cinco asuntos que debían resolverse con urgencia para que Gran Bretaña (así se llama a la isla que componen Inglaterra, Gales y Escocia; Reino Unido incorpora a Irlanda del Norte) volviera a ser grande, parafraseando el Make America Great Again de Donald Trump.

En este orden, las respuestas fueron: mejores servicios públicos como colegios y hospitales; mayores salarios y mejor calidad de vida; más inversión en infraestructuras; viviendas de calidad asequibles y… mejor calidad en el liderazgo político.

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