MERCADOS

En la última reunión del Foro de Davos (Suiza), donde se amontonaron los principales empresarios y políticos que rigen el mundo, parecía como si el planeta hubiera pausado su órbita para escucharles hablar de la IA generativa con una mezcla de realidades y suposiciones como no se recordaban en las disrupciones tecnológicas previas. “Esta lo cambia todo”, se escuchaba.

¿O no? Tuvo que pasar un siglo desde la patente del motor a vapor para sentir el poderío industrial al otro lado del Atlántico. A ChatGPT le bastaron unas semanas para conquistar 100 millones de usuarios, una velocidad sin precedentes.

Los principales bancos de inversión y consultoras no tardaron en anunciar el descubrimiento de una nueva ruta de las especias. Goldman Sachs calculó que el 7% de los trabajadores estadounidenses son susceptibles de ser reemplazados por la IA. Trasladadas al conjunto de las economías avanzadas, estas estimaciones calculan en unos 300 millones los puestos de trabajo en esa línea de riesgo.

Eso sí, a cambio promete reactivar una capa social debilitada por la baja productividad cuyo futuro dependerá de su conversión a las nuevas exigencias del mercado, formación mediante. “La IA tendrá un efecto catalizador de la productividad de los trabajadores y aprovechará una tecnología que no resulta sustitutiva de las habilidades humanas”, argumenta Gregorio Izquierdo, director general del Instituto de Estudios Económicos, IEE.

De acuerdo con la consultora McKinsey, la variedad generativa (GenIA) podría sumar al año entre 2,4 y 4,2 billones de euros en términos de productividad por todo el mundo. Y esa tendencia emplaza a una España donde la productividad camina con grilletes. “Tenemos un problema: es muy baja y no han ayudado propuestas como la subida del salario mínimo”, explica Gloria Macías-Lizaso, socia de McKinsey, que recurre a la demografía y su destino: “Debemos pensar en el envejecimiento. En el año 2030, se jubilarán 23 millones de europeos. Necesitamos trabajadores que aprendan estas nuevas habilidades”.

Aunque no sepan, podrán hacer

¿Hasta qué punto la IA viene a empeorar unos problemas y mitigar otros? La GenIA evitará trabajos rutinarios y dejará al empleado más tiempo para dedicarse a actividades más valiosas, más cualitativas. Quien no sepa, podrá hacer: “Alguien puede ser diseñador gráfico aunque carezca de habilidades para el dibujo, la IA aumentará la creatividad y el potencial humano”, defiende Daniel Castro, vicepresidente de la Fundación de Innovación y Tecnología de la Información (ITIF).

Quien carezca de conocimientos o maña para escribir, podrá disfrazar con ella su falta de talento. Otros desarrollarán software aunque ignoren los lenguajes básicos de programación. Quizá el código no sea perfecto, al igual que un texto con aspiraciones, pero lo podrán repasar para encajar las líneas. “Se está bebiendo de un trago conocimientos y habilidades que han requerido vidas enteras para dominarlos”, asume el programador James Somers.

Alguien puede ser diseñador gráfico aunque carezca de habilidades para el dibujo, la ia aumentará la creatividad y el potencial humano

Daniel Castro, vicepresidente de la ITIF

Pero no es una panacea, no ha habido tal en la historia. Los efectos sobre los trabajadores no están claros, los estudios se reparten entre lo apocalíptico y lo brillante. Para OpenAI, la compañía detrás de ChatGPT, los empleos que corren más riesgo son precisamente los mejor pagados. Quien cobre seis cifras al año está seis veces más expuesto al despido que quien gana 30.000 euros. “El riesgo de la algoritmia recae en esos trabajadores que hemos llamado de cuello blanco”, apunta el profesor de Innovación en el IE Business School, Enrique Dans.

Por ejemplo, en un estudio de la Universidad de Harvard, el personal de la consultora BCG (Boston Consulting Group) asignado aleatoriamente para utilizar GPT-4 en trabajos de consultoría, fue mucho más productivo que sus colegas sin acceso a la herramienta. “La IA tiene que ser una tecnología complementaria, no destructora de puestos de trabajo”, resume Carlos Gutiérrez, secretario de Formación Sindical de Comisiones Obreras.

Por otra parte, en la ronda de preguntas tras la presentación de un informe de Mapfre sobre la evolución de la IA, sus expertos comentaban que de una forma u otra todos los trabajadores tendremos que adaptarnos y aprender a usar sus herramientas. Tan cotidiana y naturalmente como un móvil y sus aplicaciones.

¿Y quien, por estudios o edad, no pueda adaptarse? “Hay que protegerlos. Ya sea con una renta básica universal, un sistema de ayudas o el propio paro”, añade Gutiérrez. En Deutsche Telekom, los trabajadores lograron, como medida preventiva, que los algoritmos no pudieran despedir a ningún empleado sin una intervención humana. En ese escenario, la IA plantearía un darwinismo laboral. El riesgo no es tanto perder el trabajo por culpa de esta tecnología —argumentó Hadi Partovi, fundador de la firma de computación Code.org, en Davos—, el riesgo “es perder el empleo a manos de otra persona que sabe cómo usar la IA. Ese será un desplazamiento todavía mayor”. No llegará un androide a sustituir al empleado, o no solo, antes vendrá alguien mejor educado y dos o tres veces más productivo.

“El mayor peligro —matiza Valerio De Stefano, responsable de la Cátedra de Investigación de Canadá (CRC) en Innovación, Derecho y Sociedad— lo sufrirán aquellos trabajadores que efectúan desempeños rutinarios, especialmente administrativos y en áreas como recursos humanos o contabilidad”. “Espero que los sindicatos se pongan a la altura de los desafíos que plantean estas tecnologías y empiecen a cuestionar cómo se usarán para reemplazar a los trabajadores”, alerta.

Adaptación, sinónimo de salvación

“Los segmentos más afectados serán los de mayor cualificación. Pero también es cierto que esos empleados son, a su vez, los más adaptables [frente al despido y la necesidad de reinventarse] porque poseen mayor formación”, admite José Montalvo, catedrático de Economía. Hasta cierto punto resulta paradójico que una de las principales barreras para exprimir los beneficios económicos de la IA sea precisamente la falta de personal cualificado para desarrollarla y gestionarla. Como en otras tecnologías, sí, pero es que esta impulsa a todas las demás.

En Deutsche Telekom, los trabajadores lograron que los algoritmos no pudieran despedir a ningún empleado sin una invervención humana

Una novedad de la oleada es su velocidad de avance y por tanto el corto margen de los trabajadores para adaptarse. Pero también juega a favor del factor humano que sigue siendo necesario. Según Carl Frey, profesor asociado de IA y Trabajo en la Universidad de Oxford, “la IA requiere la intervención humana para su inicio, perfeccionamiento y edición de resultados”.

Para empezar, la baja calidad de la información de internet para el entrenamiento de algoritmos supone otra barrera de desarrollo y a la vez una oportunidad laboral. Hacen falta máquinas que aprendan a través de datos “más concisos y mejor seleccionados”, concluye Frey.

Quien establece las normas, gana

Estas nuevas y valientes tecnologías —así las calificaba el economista Nouriel Roubini— que podrían contribuir al crecimiento y al bienestar del ser humano, también tienen un potencial destructivo: desinformación, discriminación, desempleo tecnológico permanente y una desigualdad aún mayor. “La brecha digital es un gran generador de inequidad (…), es necesario un movimiento democrático sobre cómo regular estos sistemas”, advierte Stéphane Klecha, socio director del banco de inversión Klecha & Co. “Como hemos visto en muchos ámbitos, quien establece las normas, gana”. Pero EE UU regula a posteriori y China ni regula, mientras Europa intenta definir unas leyes que protejan al trabajador y al usuario.

Aunque siempre hay salvedades: “Los sindicatos estadounidenses están activos en muchas industrias y han negociado protecciones laborales y restricciones a la vigilancia intensiva, al mismo tiempo que participan en comités tecnológicos conjuntos entre trabajadores y empresas para discutir temas de capacitación y organización del trabajo”, apunta Virginia Doellgast, profesora de relaciones laborales en la Universidad de Cornell. Por ejemplo, los acuerdos que restringen el uso de IA generativa para escribir guiones o protegen los derechos de la voz y la imagen de los actores, son resistencias contra el abuso tecnológico.

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