MERCADOS

Alrededor de un rape con patatas panaderas transcurre una charla que esboza un retrato de cómo era el deporte español hace seis décadas. Los protagonistas son tres de los cuatro medallistas olímpicos nacionales que quedan vivos de unos Juegos más antiguos: José Antonio Dinarés (Terrassa, 84 años; su hijo Jan fue plata en Atlanta 96), Juan Ángel Calzado (Barcelona, 87; presidente de la federación internacional entre 1996 y 2001) y Pere Amat (Terrassa, 83; 17 Juegos en su familia) ganaron el bronce en hockey hierba en Roma 60. Suelen quedar a comer tres o cuatro veces al año y EL PAÍS compartió con ellos su último encuentro, en Terrassa. El cuarto es Carlos del Coso (Madrid, 91 años), que ya no puede realizar viajes largos y al que sus antiguos compañeros visitaron cuando cumplió 90. Todos ellos, junto a los otros 14 integrantes ya fallecidos de esa selección, lograron el único metal de España entre Melbourne 56, Roma 60, Tokio 64 y México 68. Los detalles y las anécdotas de aquellos días salen sin querer al calor de una mesa.

Dinarés. Antes de las semifinales contra Pakistán [0-1], estábamos todos sentados y vino el delegado nacional de Deportes. “Estos del golf van muy bien”, dijo.

Calzado. Era un militar… ¿Y qué le respondes? Oye, y al llegar a Roma, nos metieron en el autobús para ir a la Villa y uno del Comité Español nos dijo que no nos preocupáramos por la comida, que había self service las 24 horas, que no hacía falta que nos subiéramos nada a la habitación. Porque los que ya estaban habían arrasado.

Amat. Fueron los primeros Juegos con bufé abierto todo el día. Todos los boxeadores se pasaban de peso.

Dinarés. Un ciclista vino con cuatro platos de pollo. Se los comió todos. ‘¿Tú puedes con esto?’, le preguntamos. ‘Sí, sí’, contestó. Al día siguiente, a la primera curva, se fue. Era entendible, porque en aquella época había muchas dificultades en España. Muchos vivían como podían. Había gente que no había comido muchas cosas en su vida. Nosotros cumplimos lo que nos dijeron.

En la Villa, entre los hombres y las mujeres había una valla de separación

Juan Ángel Calzado

Calzado. Es que esto fue 20 años después de la guerra. Se había pasado hambre. Hubo deportistas que eligieron comer a competir.

Dinarés. Nosotros descubrimos los helados envasados. En España, solo había al corte.

Amat. Fueron también los primeros Juegos con Villa Olímpica. Antes, la gente iba a hoteles.

Calzado. Los hombres aquí y las mujeres, allí. En aquel año, no había posibilidad (risas). Teníamos una valla de separación [España mandó 133 hombres y 11 mujeres en 16 deportes].

Amat. Los otros deportes los vimos por la tele, no íbamos a nada. La Villa estaba muy lejos. Ese fue el año del boxeador Cassius Clay. En los otros Juegos, sí que salíamos.

Dinarés. Los rivales no se creían que fuéramos ganando. “Ya perderán”, decían. Pero no perdíamos. En el preolímpico de Múnich, los equipos daban por segura la victoria contra nosotros. No éramos ni favoritos ni nada. España solo tenía 5.000 fichas.

Amat. Desde entonces, no ha faltado a unos Juegos, aunque últimamente ya hemos estado más justos.

Dinarés. Por nuestro bronce en Roma, cambiaron el sistema de competición. En Tokio 64, hicieron dos grupos de ocho y pasaban dos. En Roma, había cuatro grupos de cuatro y también pasaban dos. Primero empatamos contra Gran Bretaña [0-0; el bronce se lo ganaron a los británicos: 2-1], y ganamos a Suiza (5-1) y Bélgica (3-1). En cuartos, pasamos contra Nueva Zelanda (1-0). Y en semifinales caímos con Pakistán.

Calzado. Ahí tuvimos un penalti stroke, pero Eduardo Dualde, el especialista, estaba fuera por protestar. Si lo tira él, posiblemente habría empatado. De todas formas, no consiguieron nada con el cambio de sistema. En Tokio, también fuimos el primer equipo europeo. Quedamos cuartos.

Dinarés. Pero eso lo podemos explicar… En ese partido en Tokio por el bronce contra Australia, cuando faltaban segundos, ganábamos 2-1. Y me pitaron un penalti, que en fin… Toqué pelota y jugador, casi en la línea de medio campo. Nos empataron y en la prórroga perdimos 3-2.

Calzado. Curiosamente, ese árbitro dejó de pitar.

Nuestro hockey era más técnico que el actual

José Antonio Dinarés

Dinarés. Nuestro hockey era completamente diferente al actual, más técnico. El tema físico lo ha cambiado todo. En el pasado, siempre ganaban India y Pakistán porque técnicamente eran superiores.

Amat. Antes, el que paraba la pelota tenía posibilidades. Ahora, el que no la para no puede jugar.

Dinarés. Competimos en campos que eran barrizales. En Tokio 64 sí estaban perfectos. A media parte, salían 30 o 40 mujeres y hombres con unas tijeras a arreglar los baches.

Calzado. Como todos los deportes, el hockey se ha transformado. Por el césped, las reglas… En nuestra época, tampoco había cambios. Ahora, a los 10 minutos se cansan y los quitan, lo estén haciendo bien o mal.

Dinarés. Me acuerdo de que a uno le hundieron el pómulo en la primera parte. Cuando lo miramos, su cara no se parecía en nada. Pero acabó el partido.

Calzado. Le dijeron que ni se le ocurriera salir y respondió que no, que no podía dejar al equipo con 10. Se puso de delantero y ganamos 1-0. Lloviendo a cántaros.

Dinarés. Los entrenamientos los habíamos hecho en la playa de Castelldefels. Acabé hasta las narices, no he vuelto después de Roma. Correr, volver, correr, volver…

Amat. También hacíamos partidos de entrenamiento tres contra tres con un tío encima. La preparación fue una historia.

Calzado. Subíamos al Tibidabo con un saco de 20 kilos.

Dinarés. Veinte kilos a las siete de la mañana parecían 30 por la humedad. El entrenador era Ernesto Willig, un alemán con mentalidad española.

Hacíamos partidos de entrenamiento con un tío encima. La preparación fue una historia

Pere Amat

Amat. Pero en el trato era alemán… Habría que hablar de Pablo Negre, que fue clave.

Dinarés. Él se preocupó de todo lo que necesitábamos. Era como un mecenas. El presidente era uno de Madrid, Saiz de los Terreros, pero el que estaba en los entrenamientos y se ocupaba de lo que faltaba era él.

Amat. Hizo un campo de hockey en su finca para que entrenáramos. Y como la medalla nos la dieron solo a los 11 que jugamos por el bronce, encargó en una joyería réplicas para los otros siete. Y también hizo 18 insignias con el nombre de cada uno impreso por detrás.

Dinarés. Esa selección nació de la federación catalana, de la que Negre era presidente. Antes de Roma, en 1959, ya habíamos ido con la selección catalana a ver al papa Juan XXIII. Le entregamos un stick. Jugamos en Italia y Egipto. El 80% de esa selección española éramos catalanes. Yo estudiaba Ingeniería Industrial.

Un año antes, fuimos con la selección catalana a jugar a Italia y Egipto

José Antonio Dinarés

Calzado. Es que el hockey no daba para vivir. Nuestros padres nos decían que jugáramos, pero lo primero eran los estudios.

Dinarés. Mi último partido en la selección, en México 68, está en el Guinness. Hubo seis prórrogas. Era por el quinto y sexto puesto, contra Holanda. Sin hacer cambios ni beber. Luego nos enteramos de que si acababa la séptima con 0-0, hacían ex aequo. Nos marcaron de penalti. Yo me quedé deshidratado, me pusieron agua con sal, me quedé dormido y a las ocho me despertaron y me dijeron: “Nos vamos a Acapulco”.

Calzado. Yo dejé el hockey cuando a los 55 un chavalito me soltó: “¿Dónde quiere que se la pase, señor Calzado?

Carlos del Coso se mueve con garbo por el salón de su domicilio madrileño pese a los 91 años, abre un armario y saca una carpeta llena de recortes y fotos. “Mira este”, dice señalando un periódico alemán de 1961. “Ahí pone donde me llaman ‘La pantera de Roma”, cuenta orgulloso el exportero, el superviviente más longevo de aquel equipo que abrió camino en el hockey hierba y se apuntó un gran éxito olímpico para un deporte español que entonces no tenía mucho de qué presumir, pero que curiosamente en su regreso al país solo recibió homenajes locales. El franquismo, contra lo que cabía esperar, no les dedicó un tributo a lo grande. “Nadie contaba con nosotros en esos Juegos, no éramos nadie, y a partir de ahí el hockey español se convirtió en una potencia europea”, destaca.

Hace unos años, la selección viajó a disputar unos partidos a India, una de las potencias clásicas del hockey, y acabaron encontrándose con una foto de Del Coso en sus tiempos de gloria. Una imagen que los internacionales se trajeron y que ahora él luce en un rincón de su casa. “¿Ves cómo voy vestido? No llevaba casco ni peto. Solo las guardas [protecciones] en las piernas. Llamaba mucho la atención que no usara guantes. Los porteros de mi época los llevaban. Yo en la mano derecha no y en la izquierda me ponía uno de cuero. Quería tener sensibilidad con el palo cogido”, explica. Como sus otros tres compañeros, con los que mantiene el contacto, conserva fresco cada detalle de sus años de jugador.

No me llevaron a Múnich 72, con 39 castañas, y me retiré. No quería arrastrar mi prestigio y que un mindundi me metiera gol

Carlos del Coso, la pantera de Roma

“Antes de Roma 60, todavía había dudas conmigo. La cosa estaba entre otro y yo. Pero tuvieron el acierto de ponerme. Había tanta diferencia… El otro tenía el enchufe de papá rico. Yo tenía el papa pobre, pero paraba. Hubo hasta una reunión de directivos para ver quién jugaba, y me eligieron”, reivindica antes de sacar de la carpeta un recorte de Marca, de 1971, en el que pone que en los Juegos de 1960 y 1964 (Tokio) fue reconocido como “el mejor portero del mundo”. “Mi mejor actuación fue contra Nueva Zelanda, en los cuartos de Roma [1-0]”, detalla.

“Lo paraba todo”

Él empezó siendo Del Coso y, en cuanto se hizo grande bajo palos, pasó a ser conocido como Charly. “Me hice portero por casualidad. Uno se había marchado al terminar la carrera y alguien dijo: ‘¿por qué no se lo proponen a Del Coso?’. Era valiente y ágil. Me lanzaban unos bolazos… y lo paraba todo. Me convocaron para los Juegos Universitarios, ganamos el oro y ahí ya empecé a ser Charly”, recuerda este hombre que también ejerció de entrenador y que trabajó durante muchos años en el colegio Santa María de los Rosales de Madrid. “Era de gente adinerada, incluso de la nobleza”, avisa.

En Roma 60, Tokio 64 —él también recuerda “el bronce robado por el penalti injusto del árbitro”— y México 68 fue el único que disputó todos los minutos. “En los Juegos de Múnich 72, estaba preseleccionado con 39 castañas, y al final no me llamaron. Me llevé un disgusto grande y me retiré. No quería arrastrar mi prestigio y que un mindundi me metiera gol”, confiesa Charly, que como sus compañeros de éxito también ve mucha diferencia entre su hockey y el actual. “Es que en césped artificial es otro deporte, no tiene nada que ver con lo natural. Ahora es más físico y entonces era más técnico. Una pena”, cierra Carlos del Coso, uno de los cuatro medallistas españoles que quedan vivos de unos Juegos más antiguos.

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