MERCADOS

La tensión en torno a los refugiados sirios que viven en Turquía ha derivado en un estallido de violencia que afecta a varias ciudades. Al menos cuatro personas han muerto y decenas han resultado heridas en dos días de disturbios xenófobos en el país y en el norte de Siria. En Turquía, multitud de jóvenes han asaltado barrios de refugiados sirios y han destrozado vehículos, quemado negocios y apedreado viviendas. En las zonas del norte de Siria, bajo control turco y de aliados locales, los manifestantes han atacado puestos militares e instituciones, y las fuerzas turcas han utilizado gases lacrimógenos y munición real para dispersarlos.

Los incidentes se iniciaron cuando, el pasado fin de semana, un grupo de ciudadanos turcos descubrió a un sirio abusando sexualmente de una niña de siete años en un baño público de Kayseri (ciudad turca en Anatolia Central); lo doblegaron y lo entregaron a las autoridades, según informó la Delegación del Gobierno en esa provincia. El Ministerio de Familia y Asuntos Sociales tomó bajo su protección a la víctima y a su madre, parientes del agresor, y la policía le detuvo a él y a varios individuos más, pero un supuesto vídeo de la agresión se extendió como la pólvora por las redes sociales.

La noche del domingo al lunes, cientos de jóvenes se congregaron en el barrio Danismentgazi de Kayseri coreando eslóganes como “No queremos refugiados sirios” o “¡Qué feliz aquel que puede decir ‘soy turco!”, y comenzaron a apedrear viviendas de refugiados, destruir sus vehículos (incluso utilizando excavadoras) y prender fuego a los negocios de propiedad siria. Los agentes antidisturbios tardaron horas en contener la situación, pese a que el director provincial de la policía trató de convencer a los manifestantes de que se calmasen; explicó que el agresor había sido detenido e incluso dijo que la niña abusada “no es turca”. En total, 14 policías y un bombero resultaron heridos y 67 atacantes fueron detenidos.

A lo largo del lunes, tras conocerse los disturbios, numerosos manifestantes se echaron a la calle en varias localidades de las provincias de Idlib y Alepo, en el norte de Siria, que Turquía mantiene bajo control de sus fuerzas militares y de grupos sirios afines desde 2016 para protegerlas de los ataques del régimen de Damasco y erradicar a las milicias kurdas, que considera “terroristas”. Al grito de “Fuera los turcos”, los manifestantes sirios atacaron camiones con matrícula turca y arriaron la bandera de ese país en puestos de control y oficinas gubernamentales. Según el Observatorio Sirio de Derechos Humanos (OSDH), las protestas se extendieron a 15 localidades y en algunas se asaltaron los puestos militares turcos, que respondieron con abundante uso de gases lacrimógenos y disparos con munición real. Según el OSDH, cuatro civiles murieron y otros 20 resultaron heridos en enfrentamientos y tiroteos en las localidades de Afrin y Yarablús.

Los militares turcos evacuaron algunos puestos de control y, según publicaron varios medios locales, enviaron refuerzos desde Turquía. Las autoridades turcas también han decretado el “cierre hasta nuevo aviso” de los pasos fronterizos de Al Hamam y Bab al Hawa, una de las principales vías de acceso de ayuda humanitaria y suministros al norte de Siria. Según activistas sobre el terreno citados por el OSDH, el grupo yihadista Hayat Tahrir al Sham (HTS) se prepara para enviar refuerzos desde Idlib, provincia bajo su control, a la vecina localidad de Afrin, controlada por Turquía, para sofocar las protestas.

Y en una nueva escalada, tras conocerse lo ocurrido en el norte de Siria, las manifestaciones antisirias en Turquía se extendieron durante la noche del lunes y madrugada del martes a barrios con presencia de refugiados en Estambul, Bursa, Hatay, Adana, Gaziantep, Kilis, Sanliurfa, Gaziantep, Konya y, por segunda noche consecutiva, Kayseri. En varias de estas protestas, los participantes prendieron fuego a vehículos y negocios sirios y agredieron a refugiados. En Gaziantep, por ejemplo, un sirio fue asaltado y acuchillado por la turbamulta, según el diario Cumhuriyet.

Fehim Isa, comandante del Ejército Nacional Sirio (paraguas bajo el que se coordinan varios grupos rebeldes sirios favorables a Turquía), ha hecho un llamamiento a la calma y ha pedido “respeto” para la bandera y la presencia turca en el norte de Siria. Mientras, fuentes de seguridad citadas por medios turcos aseguran que en el norte de Siria han sido capturados los “provocadores” que alentaron las protestas y, en Turquía, el Ministerio de Interior ha abierto investigaciones criminales contra decenas de cuentas que, en las redes sociales, difundieron mensajes contra los sirios y ha detenido a 474 personas involucradas en los actos vandálicos.

El presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, ha dicho que esta violencia es “inaceptable” y fruto de “los mensajes envenenados de la oposición”, que, en los últimos años, ha utilizado un duro discurso contra los migrantes y refugiados. Por su parte, el jefe de la oposición socialdemócrata, Özgür Özel, ha afirmado que lo ocurrido muestra “el hundimiento de las políticas sobre Siria y los refugiados” del Gobierno de Erdogan.

Situación explosiva

Los incidentes de Kayseri son la chispa que ha prendido el fuego de una situación cada vez más explosiva, en la que se mezclan cuestiones económicas, falta de soluciones políticas y discursos demagógicos que han dado alas a la xenofobia. En Turquía viven más de tres millones de refugiados sirios que únicamente disponen de un estatus de “protección temporal” a raíz del pacto de 2016 para frenar la migración entre la UE y Ankara. Un acuerdo visto por parte de la sociedad turca como un intento de convertir a su país en un “almacén de refugiados”, dado que la guerra civil continúa en Siria y cada vez es más difícil emigrar a territorio europeo, incluso por medios irregulares, dejando atrapados a los sirios en Turquía.

La situación económica en Turquía ha empeorado en el último lustro —el terremoto del año pasado, que se cebó en provincias con gran presencia de refugiados, la agravó aún más— y el Gobierno de Erdogan ha decretado medidas de austeridad para tratar de cuadrar las cuentas y rebajar la inflación (superior al 70%). En los barrios obreros, con alquileres disparados y sueldos congelados, la competencia es feroz entre los locales y los sirios, a muchos de los cuales se emplea sin papeles para poder pagarles salarios menores al mínimo estipulado (485 euros). Precisamente, el hasta el lunes ministro Mehmet Özhaseki, oriundo de Kayseri, donde se iniciaron los disturbios, respondió así hace tres años a las demandas de la oposición de expulsar a los refugiados sirios: “En algunas ciudades, [los sirios] mantienen en pie la industria. Por ejemplo, en Kayseri [los empresarios] no encuentran trabajadores, y usan a esta gente”.

Esto ha sido aprovechado por partidos de oposición turcos, medios de comunicación y activistas para espolear los sentimientos contra migrantes y refugiados, a los que acusan de todos los males del país. La respuesta del Gobierno ha sido pedir a los extranjeros que no se hagan notar; prohibir que cambien de domicilio y restringir los barrios en los que pueden residir —si se mueven de ciudad sin permiso pueden ser detenidos y deportados—; incrementar las redadas para capturar a extranjeros sin papeles y llevar a cabo deportaciones masivas a los territorios del norte de Siria bajo su control.

Pero en el norte de Siria, aunque los combates se han reducido y las líneas del frente se han estabilizado hace años gracias a los acuerdos pactados entre Turquía, Rusia e Irán —principales valedores de los grupos combatientes y del régimen—, el futuro es inexistente. Las oportunidades laborales son escasas en una zona que se ha convertido prácticamente en un inmenso campo de refugiados para quienes huyen del régimen, y donde la violencia, la extorsión y los secuestros por parte de grupos armados están a la orden del día.

Por si fuera poco, las últimas declaraciones de Erdogan favorables a entablar contactos con el presidente sirio, Bachar el Asad, para llegar a un posible acuerdo de paz han inflamado los ánimos ante la perspectiva de que el régimen pueda retomar el control de las zonas rebeldes, algo que subyace en las actuales protestas, según el activista turco-sirio Taha Elgazi.

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