MERCADOS

Los demonios han acompañado a la ciencia a lo largo de los siglos. Pero los de los laboratorios no son criaturas sobrenaturales, sino interrogantes, paradojas, misterios y leyes que sorprenden a los científicos y desafían la comprensión humana. Han ayudado a hacer realidad lo que se tenía por fantasía y, a día de hoy, continúan motivando la búsqueda de lo que no se ha podido hallar. En su nuevo libro, La ciencia y sus demonios (Arpa), la doctora en Historia de la Ciencia por la Universidad de Harvard Jimena Canales (Ciudad de México, 51 años) ofrece un recorrido por la evolución científica a través de los demonios que atormentaron las mentes de figuras como René Descartes, Albert Einstein o Charles Darwin. La recopilación demuestra que incluso en la era de la razón, la ciencia ha estado acompañada de sus propios fantasmas intelectuales, y reivindica la importancia de la historiografía para comprender los grandes hitos del conocimiento. “Hay muchos científicos, pero pocos historiadores de la ciencia”, apunta Canales.

Pregunta. Su libro resalta cómo los científicos, que son tradicionalmente racionales y escépticos, recurren a entidades aparentemente supersticiosas. ¿Cómo podemos aceptar ambas facetas?

Respuesta. Tenemos que empezar a cambiar el concepto tradicional de cómo funciona la ciencia. Lo que nos fascina y obsesiona de ella es que se usa para tener cosas nuevas como un iPhone, coches eléctricos o vacunas. El hecho de que los demonios de la ciencia sean inexistentes e imaginarios es lo que les da su poder: son herramientas para cambiar el mundo de una manera inesperada.

P. ¿Cuál ha sido la importancia de estos demonios?

R. En mis investigaciones encontraba constantemente el uso de la palabra demonios en artículos y textos claves de la historia de la ciencia. En el patrón de su aparición, me di cuenta de que si seguía la historia de estos seres, podía ver el desarrollo de la ciencia moderna en su totalidad a lo largo de cuatro siglos. “¿Por qué ese hilo encajaba tan bien?”, me pregunté. Y encontré que los demonios de los científicos, al contrario que los de la religión, no existen [en la historia de la ciencia]. Entonces me di cuenta del rol de la imaginación y su importancia en el descubrimiento científico.

P. ¿Cómo funciona la imaginación de los científicos?

R. Todos conocemos las típicas historias del científico que tiene un momento eureka. Los expertos en el tema dicen que no es posible saber qué los inspiró a llegar ahí porque es demasiado complicado e irracional, pero yo propongo que sí se puede saber porque la imaginación es pedagogía. Los estudiantes de ciencia aprenden a usar su imaginación para crear nuevos experimentos y teorías. Yo quiero cambiar el enfoque hacia ese territorio del descubrimiento y la imaginación.

P. ¿Existen demonios modernos?

R. El demonio de Descartes es un demonio mentiroso que pone otra realidad virtual frente a tus ojos. Tiene mucha relevancia hoy cuando vemos los deepfakes o la desinformación. Estos demonios siguen existiendo y unos son más relevantes que otros. No mueren, se transforman.

P. ¿Por qué se han demonizado tecnologías como la inteligencia artificial?

R. Todas las tecnologías que han cambiado el mundo de manera general y revolucionaria, se han asociado con los demonios. Esto sucede ahora con la inteligencia artificial, pero sucedió con Karl Marx y los motores de vapor, con las calculadoras y otras tecnologías tan inocuas como el teléfono. Cuando se introdujeron, la gente pensó que estaban cambiando el mundo de una manera profunda y se pensaron como demonios, pero de manera metafórica. Detrás de nuestra asociación de lo demoniaco con la tecnología, los científicos buscan nuevos demonios en sus laboratorios con su lenguaje técnico y especializado. Hay que conocer estos demonios, sus cualidades y cómo están atados con el bien y el mal o con problemas éticos en las sociedades antiguas y modernas.

Eddington se refería a Albert Einstein como exorcista porque su teoría de la relatividad ponía fin a ciertas supersticiones de un tiempo y un espacio absolutos”

P. Algunos científicos recurrieron al lenguaje religioso, no solo para nombrar un misterio, sino para expresar su temor existencial, como los creadores de la bomba atómica.

R. A Adán y Eva los sacaron del paraíso por comer una fruta que les dio más conocimiento. ¿Por qué frecuentemente asociamos la ciencia, la tecnología y el conocimiento con lo demoníaco? Porque los científicos han buscado estos demonios. En la religión están atados al bien y el mal. En el caso de la bomba atómica se utilizaron para definir estudios como los demonios cuánticos, que eran muy pequeños y rapidísimos, incluso más rápidos que la velocidad de la luz, y según Einstein, es por eso es que no podían existir.

P. De ahí que se hable de Albert Einstein como un exorcista.

R. El divulgador más importante de Einstein, el astrónomo Arthur Eddington frecuentemente se refería a Albert Einstein como exorcista porque su teoría de la relatividad ponía fin a ciertas supersticiones de un tiempo y un espacio absolutos. A la vez que él hace este exorcismo, aparece uno nuevo al que los científicos llaman el demonio de Einstein. Son los demonios cuánticos. Einstein es uno de los ejemplos de cómo se puede entender el desarrollo de la historia de la ciencia en términos de búsquedas y experimentos para descartar demonios que a la vez se crean otros cuando se buscan o encuentran nuevas respuestas.

P. ¿Hay parecido entre esos demonios y las tecnologías modernas?

R. Sí. Algo interesante de los demonios es que siguen vivos y los investigadores siguen creándolos. El demonio de Laplace es una figura que con computación infinita, tendría la capacidad de saber el futuro y el pasado del mundo. Esa figura motivó el desarrollo de megacomputadoras y calculadoras. El pandemónium de Oliver Selfridge es hasta la fecha la estructura básica de los programas de inteligencia artificial y Stephen Hawking o Elon Musk hablan de ella como una especie de demonio. Al darnos cuenta de cómo funciona la tradición de seres imaginarios, podemos entender mejor cómo se ha desarrollado la ciencia en el pasado y cómo se desarrollará en el futuro.

P. ¿Cuál es ese fututo?

R. Cuando la gente lee libros de historia piensa que se tratan sobre el pasado, pero hay que recordar que los historiadores también conocen el futuro. Hasta la fecha, se calcula que han vivido 117.000 millones de humanos sobre la tierra, ahora somos al rededor de 8.000 millones. Al leer lo que se ha producido en la historia de la ciencia y la tecnología, estamos viendo lo que fue el futuro de esos 109.000 millones, aunque no el nuestro.

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