MERCADOS

Hay pocos alimentos tan sencillos como el pan. Trigo, agua y sal. Y hay pocas cosas más complicadas que vender una empresa en Bolsa. Europastry, creada en 1987, que hace pan y lo congela, quería colocar acciones en el mercado este verano. La compañía, puntera en el sector de masas congeladas de panadería, está controlada por la mujer e hijos del fundador de la empresa Pere Gallés i Payás, fallecido en 2010. Laura Gabarró y sus hijos —Jordi, Anna y Eva— planeaban colocar entre grandes inversores un 25% de la compañía y mantener el control de un grupo —5.000 empleados, 26 fábricas— que facturó 1.347 millones de euros el pasado año y vende productos en 80 países. Una operación con la que querían captar en torno a 500 millones con la venta de participaciones de un imperio panadero en un sector complicado. Porque el mercado alimentario está compuesto por un puñado de clientes (distribuidores) y proveedores de gran tamaño —Arytza, Lantmännen Unibake, La Lorraine o Harry Brot— que operan tanto a escala nacional como internacional; un mercado concentrado, lo que conlleva una fuerte competencia y presión en los precios de comercialización. El resultado son márgenes cada vez más estrechos.

Sin embargo, a última hora del pasado viernes, Europastry comunicó su decisión de posponer la salida a Bolsa. “A pesar de que la compañía ha contado con el apoyo de los inversores en los últimos meses, en las últimas semanas se han observado unas condiciones de mercado cada vez más desfavorables y una mayor volatilidad”, argumentaban desde la compañía en una escueta nota de prensa.

Se trata del segundo fracaso en el intento de cotizar para una compañía familiar de larga tradición en el sector. Pere Gallés, hijo y nieto de panaderos de Castellterçol (Barcelona), arquitecto frustrado, empezó a dibujar los planos del grupo a finales de los años setenta en un contexto de inflación desbocada (28%) y liberalización de los precios del pan, controlados, como otros productos básicos, durante todo el franquismo. Acertó. Abrió panaderías en Barcelona, compró una panificadora en Sabadell; viajó, observó, y dio el salto a la elaboración industrial del producto más sencillo. Su momento revelación: los viajes a las ferias del sector en Francia en los años ochenta. Allí descubrió su particular piedra filosofal: el pan ultracongelado en masa crudo, un producto que, al menos para la caja, tiene más ventajas que inconvenientes.

El proceso funciona así: el pan se cuece en dos tiempos. En la primera fase se hornean aproximadamente tres cuartos del tiempo de cocción total; luego es refrigerado o congelado, y se mantiene en un envase plástico hasta el horneado final. Así es posible disponer de pan caliente en todo momento, variar productos y ahorrar tiempo y mano de obra en los puntos finales de distribución. También hay algunas desventajas. El pan congelado y sus derivados, explican especialistas, tiene menos volumen, envejece más rápido, se descascarilla más y tiene costes importantes de almacenamiento. En todo caso, nada que sea imposible gestionar. Por eso el mercado crece. Se espera que el sector de panadería congelada aumente a un ritmo del 6,5% anualizado en términos de facturación hasta 2026 en las principales geografías en las que opera Europastry.

El ecosistema nacional en el que ha crecido Europastry, hasta convertirse en — según su autodefinición— “una empresa internacional con mentalidad de start-up (…) panaderos dispuestos a transformar la panadería tal y como la conocemos” siempre ha estado bien poblado. Los grandes grupos panaderos están y han estado cuajados de apellidos con lustre como los March en el mercado balear con Panasa y la filial de congelados Berlys; los Gallardo propietarios de la farmacéutica Almirall, que trabajaron la panadería con Bellsolà; la familia cántabra Martínez, que vendió el negocio a Bimbo con el nuevo siglo o la familia gallega Chousa cuya firma —Ingapan— acabó en manos de los Gallés.

La segunda generación de Gallés había decidido que era buen momento para reintentar la salida a Bolsa, captar fondos y aliviar deuda —600 millones a cierre de 2022, según datos publicados por Cinco Días—. La compañía, no detalla el estado actual de la deuda. El primer intento fallido de salida a Bolsa tuvo lugar en 2019. Entonces, la valoración del grupo que comercializa marcas como Fripan, Frida, Yaya María, Friart y Dots estaba en un máximo de 1.200 millones. Los inversores no reaccionaron y la familia renunció a la idea. Ahora, aunque con una valoración potencial mayor, la historia se ha vuelto a repetir.

Europastry, presidida por Jordi Gallés, planteaba la operación en dos pasos. Primero, una oferta pública de venta de acciones ordinarias dirigida a inversores cualificados —Criteria estaba entre los candidatos—, para lo que pensaba realizar una ampliación de capital por importe de 225 millones. Además, contemplaba una oferta secundaria de acciones ya existentes. Son las que atesoran las sociedades Exponent, controlada por el fondo MCH; Gallés Office, propiedad de la familia Gallés, e Indinura, del consejero delegado de Europastry, Jordi Morral. Tras la oferta, la familia Gallés, a través de Gallés Office, iba a seguir manteniendo una participación mayoritaria. Según la hoja de ruta frustrada, el clan catalán retendría la mayoría del accionariado y el fondo MCH —el 20% de las acciones—, que ya encaró la puerta de salida en la operación frustrada de 2019, cerraría un ciclo inversor de 13 años.

El fondo MCH, dirigido entre otros por José María Muñoz—promotor de negocios como MyAlert.com y Firstream—, ha participado en los últimos 20 años en más de 20 operaciones de capital riesgo en diversos sectores. Su especialidad: aportar recursos financieros durante un periodo a cambio de una participación en la empresa. En Europastry, el periodo parecía haber llegado a su fin con la salida a Bolsa. En la oferta de venta iba a participar también la empresa Indinura, controlada por el consejero delegado Jordi Morral, auditor, ex vicepresidente de Pronovias, que tiene como mantras de gestión la innovación y la agilidad en la toma de decisiones.

El reto de Europastry consiste en equilibrar la innovación —500 millones invertidos desde 2019— con la tradición. La combinación ha guiado a la compañía desde Castellterçoll a Nueva York y, en algunos aspectos, puede sorprender. Una muestra: desde hace años, todos los empleados de Europastry lucen en sus tarjetas de identificación el mismo eslogan, We are bakers. El presidente, Jordi Gallés, lo explicó en la carta que acompañaba la memoria 2023. “Todos estos logros sólo han sido posibles gracias a la mentalidad baker (sic) de todos los que formamos Europastry”, escribió Gallés, “(…) los bakers de Europastry no sólo somos personas curiosas y creativas, también nos gusta la acción, tomar decisiones y aprender rápidamente de nuestros errores. Esa es nuestra escuela”. Una hermandad panadera, internacional y, al menos sobre el papel, sostenible, que utiliza energía renovable en un 91% y que intenta ajustarse a los nuevos tiempos.

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