MERCADOS

El primero no fue Stefan Zweig, pero la publicación en 2001 de las memorias El mundo de ayer sí funcionaría como la mejor carta de presentación del proyecto que pretendía ser y sigue siendo Acantilado. Hacía dos años que Jaume Vallcorba había empezado a construir el catálogo que acaba de ser galardonado con el Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural. No improvisaba.

Hijo de un ingeniero ilustrado que trabajaba en el Ministerio de Obras Públicas y que estaba comprometido con el resistencialismo lingüístico catalán de posguerra, el joven Vallcorba de los setenta era integrante y estudioso del underground barcelonés a la vez que la beat generation resonaba en sus primeros poemas donde incrustaba citas de Auden o Eliot. Mientras investigaba para su tesis doctoral la trayectoria del poeta Josep Maria Junoy —un activista cultural clave de la vanguardia que acabó sincronizando con la revolución conservadora— o se fascinaba por la literatura románica medieval escuchando a Martín de Riquer, creó un taller de diseño. Esta tensión entre industria y academia, entre clasicismo y modernidad, sería definitoria de su intervención cultural a través de las empresas donde formó a una generación de profesionales de la edición (que en muchos casos acabarían quemados por su mal carácter). En 1979 empezó la catalana Quaderns Crema —publicó a Kafka y a Monzó—, diez años después se estrenaba en la edición española con Sirmio —allí aparecieron los primeros Cercas (a sugerencia de Juan Ferraté) o Zweig—.

Podrían ser los líricos griegos arcaicos, el epistolario de Petrarca, los ensayos de nuestro padre Montaigne, la biblia biográfica que es el Johnson de Boswell, las Memorias de Ultratumba de Chateaubriand o el Libro del desasosiego de Pessoa. Pero la autobiografía de Zweig, para amplias capas de lectores, puede verse como el corazón del proyecto de Acantilado por una suma de motivos: aquel long seller escrito en el exilio cuando su autor se sentía asediado por el nazismo era una elegía del humanismo en la modernidad cosmopolita y una promesa lanzada al futuro para fortalecer el espíritu de una comunidad y de un continente amenazados por la barbarie política. La Viena de El mundo de ayer, con sus contradicciones fáusticas, es nuestro tiempo. No es culturalismo refugiado en la torre de marfil. El catálogo interpela hoy porque propone otra cosa. Es la tradición de la cultura, enraizada en una idea de Europa no idealizada (Sin destino de Imre Kértesz), como forma de compromiso cívico y como una propuesta ética nutrida en el saber del arte, la música, el viaje o la literatura.

Ese valor de las humanidades en el presente lo ha seguido preservando la filóloga Sandra Ollo con sentido y sensibilidad, con cómplices de primer nivel, con arriesgada discreción (cuando empezaron a imprimirse los dos volúmenes de entrevistas a escritores de The Paris Review se pasó dos noches sin dormir). Así, gracias a su compromiso con el proyecto, actualizando el catálogo, Acantilado sigue dialogando con el presente occidental. Casi es programático en La escuela del alma de Josep Maria Esquirol o en ese recorrido por las formas artísticas del horror que es El arte de la guerra de Antonio Monegal. Pero pocos libros evidencian tan claramente el tipo de diálogo que hoy la editorial propone con la actualidad como la gran novela que es la anatomía del mal Gi, de Alfonso Reis Cabral, o Saltos mortales de Charlotte Van den Broeck, un ensayo que habla de arquitectos que embarrancaron, pero en realidad reflexiona sobre la ambición y el fracaso del sujeto contemporáneo. Y para no faltar a la tradición, hace cuatro días un nuevo Zweig: su correspondencia con Romain Rolland, otra prueba de cómo el humanismo es el mejor manual de autoayuda.

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