MERCADOS

A mediodía, el sol cae duro sobre el distrito SW19 de Londres, tal que fuera Benidorm. Y ahí enfrente, en la pista 14, Carlos Alcaraz no termina de encontrar el tono durante la sesión con el búlgaro Grigor Dimitrov, que saca el mazo, pega duro y frustra al murciano, a dos días de la apertura en La Catedral. No termina de verse hoy Carlitos. “No sé, pero los movimientos, los apoyos, la derecha…”, le transmite a su entrenador, Juan Carlos Ferrero, quien relativiza: “No te preocupes; si te viera mal, te lo diría”.

Testigos directos de la escena, los ojos vírgenes de Alejandro Moro no pierden detalle porque, al fin y al cabo, el madrileño, espaldas anchas, 23 años y 189º del mundo, está cumpliendo estos días un gran sueño. El sueño, con mayúsculas: jugar su primer Grand Slam. Y encima, Wimbledon. “Es mi torneo favorito desde pequeño, sin duda. Solo el hecho de haber podido venir y de haber podido jugar la previa ya era superemocionante. Es un pedazo de sitio. Y, además, yo siempre he tirado más por Novak [Djokovic] y por Roger [Federer], y el hecho de que hayan hecho tanta historia aquí…”, introduce el único español que ha sido capaz de superar el corte de la fase clasificatoria de este año para acceder al cuadro principal.

Otea el horizonte Moro mientras conversa y sus ojos brillan, porque su historia se sale de la norma y es muy consciente de la excepcionalidad. Nada de orígenes pudientes ni acomodados. “Mi madre ha sido siempre empleada del hogar y mi padre carpintero, así que no, no había mucha afición por el tenis. Como a cualquier niño, me apuntaron a un montón de deportes de pequeño y un día, cuando estaba jugando al baloncesto, mi padre aparcó justo delante de las pistas; entonces, cuando íbamos a irnos a casa, le dije: me apetece probar. Y así empecé, a los nueve años”, relata, recordando también que viene de Torres de la Alameda, a 40 kilómetros de Madrid, y que Emilio Sánchez Vicario le ayudó “un montón” al acogerle durante tres años en sus academias de Barcelona y Florida, porque veía que podía llegar a despegar.

“Vengo de una familia en la que los medios no han sido lo que más nos ha sobrado nunca. Mis padres tuvieron que hacer una serie de sacrificios grandes, se privaron de bastantes cosas para que yo pudiera jugar; llegaron a ir un poco al límite, pero bueno, apostaron desde el primer momento y también tuve la suerte de que en la escuela de Alcalá de Henares, donde empecé, también apostaron por mí en lo económico porque nosotros no lo podíamos asumir. El otro entrenador que traigo [Boba Nikolenko, al que conoció en Estados Unidos; el que le dirige desde niño es David Flores] también ha apostado por mí desde el primer minuto con esa parte; todos han confiado en que yo tenía nivel para poder llegar a esta situación”, prolonga.

Bautista, un referente

De entrada, por el mero hecho de haber accedido al cuadro principal ingresará un cheque superior a 70.000 euros y, cuenta, ya ha pasado por la tienda del club para comprar recuerdos para todos sus amigos con el bono de 150 libras que concede la organización a los profesionales.

“Me encantaría poder traérmelos aquí, pero al menos así ya tienen algo…”, continúa Moro, quien se describe como el prototípico jugador español —acorde al patrón histórico, no tanto al moderno— “de garra, de estar atrás y de jugar muchos tiros”, aunque el saque va elevándole hacia una cota superior y le destapa sobre hierba. De momento solo ha disputado tres partidos en el circuito de la ATP, los tres que jugó hace un año en Mallorca, y el lunes se enfrentará al local Jacob Fearnley. En el caso de ganar, podría citarse en una hipotética segunda ronda con Novak Djokovic en la inigualable Centre Court.

Él, no obstante, cita al veterano Roberto Bautista como su principal referente. “Le he seguido mucho siempre, me encanta cómo juega; me he sentido identificado con él y, de hecho, el año pasado tuvimos la oportunidad de enfrentarnos en el challenger de Valencia. Fue increíble, un antes y un después incluso, en mi carrera y en mi vida”, apunta, destacando también el espíritu de Carlos Alcaraz, dos años más joven pero igualmente inspirador. “Es un ejemplo en todos los sentidos. Me quedo con su carácter en la pista, con cómo transmite muchos valores del tenis y con ese coraje y ese descaro que tiene”, remata el joven madrileño, dispuesto a seguir progresando piedra a piedra: “Poquito a poco y con esa base de trabajo”.

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