MERCADOS

El guionista Lluís Arcarazo lo intuyó en una de sus salidas permitidas durante el confinamiento pandémico. Pasó tras un inquietante viaje entre Paral·lel y su piso de la calle Entença. “Volvía de llevarle compra a mi madre. Me había untado con jabón de fregar los platos porque todavía no había gel hidroalcohólico y fabriqué unas mascarillas con papel de cocina y gomas de pollo porque todavía no habían llegado las homologadas a las farmacias. Me electrizó mucho un viaje en bus en el que solo viajábamos dos personas irreconocibles, cubiertas con lo que podíamos. El conductor se había fabricado una mampara endeble con un plástico que parecía papel film. Llegué a casa y lo anuncié en alto a mi familia: ‘Ha llegado el fin del mundo a Barcelona, alguien debería escribir algo sobre esto”, cuenta el ganador del Goya por Salvador (Puig Antich) y responsable del guion de series como Nit i dia o históricos seriales de la educación sentimental catalana como El cor de la ciutat. Lo cuenta resguardado a la sombra de un sol achicharrante de finales de junio en uno de esos no lugares de Barcelona que no aparecerá en las guías turísticas: el polígono industrial del puerto de Barcelona. Un escenario digno de una trama de The Wire, solo que aquí no interesa en esa connotación. Dentro del edificio adyacente se está rodando otro tipo de serie, un thriller policíaco de ocho episodios de MediaPro Studio en colaboración con 3Cat que, bajo el nombre provisional de El mal, ha ideado el propio Arcarazo y transcurre durante ese clima apocalíptico en la primavera de 2020. En esta comisaría no se habla de traficantes o contrabandistas marítimos: es una oficina gris (y ficticia) de los Mossos d’Esquadra en la que se investiga a un asesino en serie que ha sembrado el terror en el centro de la ciudad en los inicios del covid-19.

Han pasado cuatro años desde que aquel “alguien debería escribir algo sobre esto” empezase a coger forma, cuando el creador leyó las noticias sobre los asesinatos a personas que dormían en las calles del centro de Barcelona en pleno encierro. En aquella época, cuando los contadores de fallecidos por el coronavirus abrían los telediarios y lo eclipsaban prácticamente todo, el también coguionista de la serie prestó atención a otro seguimiento que pasó más desapercibido. En abril de 2020, un joven brasileño que perdió su trabajo de camarero por la pandemia salió a las calles pasado el toque de queda y, en un transcurso de once días, mató a golpes en la cabeza a tres personas mientras dormían al raso. Los asesinados vivían en portales en diferentes puntos de la ciudad. Fueron las grabaciones de diversas cámaras de seguridad las que permitieron a los Mossos d’Esquadra reconstruir el patrón de los crímenes y dar con el homicida. En su juicio, en junio del año pasado, el acusado reconoció los hechos y aceptó una pena de 63 años, de la que seguro cumplirá 40.

“Cuando leí sobre aquel caso pensé: ‘aquí hay un gran argumento’. La serie tiene una idea de fondo, la del contagio. Por un lado, está explotando el virus por todo el planeta y contamos la búsqueda del asesino de esas personas que viven en la calle y que no han podido resguardarse en casa. Por otro, también exploramos la posibilidad de que alguien se convierta en un imitador de un asesino. La pregunta que planteamos es: ¿La maldad se puede contagiar igual que una enfermedad?”, expone el creador. Pocos minutos antes, en esa oficina policial ficticia, se ha grabado una secuencia en la que la agente de la División de Investigación Criminal Marga Muñoz —interpretada por Ángela Cervantes (La maternal, Chavalas)— y su compañero Quique Molina —David Verdaguer (Saben aquell, La casa)— han visionado en uno de los despachos una de las cintas en las que el asesino aprovecha el punto ciego de un circuito cerrado de vigilancia para asesinar a un hombre que dormía en la calle. “Un cabrón”, dice Molina. “Un hijo de puta”, sostiene Muñoz. No hay eufemismos para dirigirse al homicida en esta serie que, en plena fiebre por el consumo desaforado de true crime, no escapa del filón que ofrece un caso real. “Es más una inspiración que un retrato fidedigno de lo que pasó”, aclara Arcarazo, intentando marcar distancias con las recreaciones que se han popularizado en programas como Crims. “Los asesinados no serán atrezzo morboso, hay una voluntad de dimensionarlos, de explicar que esas personas que duermen al raso no están tan alejadas de nuestra realidad”, aclara.

Casualmente, ninguno de los dos protagonistas de la serie recuerda el caso del asesino en serie del confinamiento. En aquella época, Ángela Cervantes estaba rodando Chavalas en el barrio de Sant Ildefons (Cornellà), su debut en cine. Aunque esta barcelonesa se había instalado previamente en Madrid para buscarse la vida, acabó pasando el encierro en la capital catalana. “Fue un desastre, solo habíamos rodado dos semanas de peli y yo era la única actriz sin agente. Cuando vimos que todo se complicaba acabé mudándome de vuelta a casa de mis padres. Cocinanos mucho y vimos muchas series, pero no recuerdo haber leído nada de este caso”, apunta una actriz que también estudió Criminología y que se enfrenta a “un personaje más maduro que los que había interpretado antes”. Ambiciosa y calculadora, pero también comprensiva, la agente Muñoz es una mujer que ha apostado tanto por su trabajo que se olvidó de afrontar su vida personal. Verdaguer, en la piel de un policía impulsivo y buenazo en pleno proceso de divorcio (“el peor enemigo de Molina es Molina”, dice), tampoco sabía nada de los crímenes en serie del encierro barcelonés. “Yo solo recuerdo estar en un piso con un balcón minúsculo y una niña pequeña a la que había que distraer y hacer más llevadero el proceso”, aclara en un descanso del rodaje.

La serie, que tenía previsto cerrar su rodaje hoy sábado en el speakeasy del Dry Martini barcelonés, se estrenará en 3cat en los próximos meses y, tal y como aclara su directora, Marta Pahissa, no se cierra a alojarse en el mayor número de mercados posibles. “La intención es hacerla llegar al máximo de televisiones y plataformas españolas e internacionales”, apunta y, destaca que, para recrear ese halo de burbuja apocalíptica en la que el silencio se apoderó de las calles, no se escuchaban aviones y los pájaros recuperaron su espacio, han conseguido wildtracks (sonido ambiente) de casi todos los barrios de Barcelona durante el confinamiento. Un valor añadido para recrear aquellos días raros en los que, mientras la mayoría nos replegamos en nuestras casas sin saber qué sería de nuestro futuro, un asesino decidió acabar con la vida de los más vulnerables, aquellos a los que el sistema les negó la posibilidad de refugio.

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