MERCADOS

La guerra de Vietnam se ha contado mucho en las pantallas, pero siempre desde el punto de vista de los estadounidenses, porque su primera gran derrota es aún hoy un trauma nacional. Faltaba un relato desde la mirada de los vietnamitas, y este llegó en forma de libro, ganador del Pulitzer en 2016, y ahora en forma de serie de HBO (en Max): El simpatizante. Lo escribió Viet Thanh Nguyen, vietnamita afincado en EE UU desde los cuatro años, quien aporta una mirada personal sobre el mestizaje y el desarraigo, lo que caracteriza también al protagonista, un agente doble, un espía del régimen comunista del norte infiltrado en la policía secreta del sur y luego forzado a refugiarse con los perdedores en Estados Unidos. El resultado es un enredo de espías que rebosa humor negro, que sorprende con los giros de guion, y que destaca por su sarcasmo sobre la identidad del inmigrante, sobre los prejuicios, sobre qué significará eso de la lealtad, sobre el mito del cosmopolitismo, o melting pot, norteamericano.

Es una historia muy disparatada. El Capitán, como llaman al protagonista del que nunca se dice su nombre, vive aventuras de todo tipo en sucesivos escenarios: Saigón antes de la estampida; en Los Ángeles, incluido Hollywood, con la comunidad vietnamita huida; y más tarde enrolado en una guerrilla de chiflados que planea una contrarrevolución. Él es mestizo y bastardo, hijo de vietnamita y francés, y formado en EE UU, lo que añade dudas a su sentimiento de pertenencia. Toda su vida es una mentira, pero no se sabe cuál de sus caras es la más mentirosa.

No puedes creerte nada. Porque el Capitán (bien interpretado por Hoa Xuande) narra su historia desde un duro interrogatorio que ocurre en un futuro misterioso, y admite que no siempre está diciendo la verdad, que se adorna con detalles que añade de su cosecha, y se recrea en asuntos íntimos que no deberían interesar a sus captores, que son sus jefes. Así que todo esto es metaficción, una ficción dentro de la ficción: la trama principal se construye a partir del relato del Capitán, y cuando lo pone por escrito se viene arriba el novelista que lleva dentro. Él sostiene que ha sido fiel al Viet Cong, pero también tenía vínculos con la CIA, pero sus contactos con Hanói se volvían confusos y distantes, pero se integraba en la vida occidental pese a sus simpatías por el comunismo, pero su mejor amigo era un compatriota ansioso de venganza contra los vencedores de la guerra.

Hay más trampas. Una de ellas la pone el director de la serie, el coreano Park Chan-wook (Oldboy, Decision to Leave) cuando hace que el mismo actor, Robert Downey Jr, interprete a cuatro personajes, casi todos los relevantes no asiáticos, los que retratan las distintas caras del poder en EE UU: es un agente de la CIA, un profesor de estudios orientales, un congresista y un cineasta. Todos esos papeles comparten un trasfondo ridículo y prepotente. Hasta que te das cuenta del truco es fácil que te hagas un lío.

Hay un retrato delicioso y patético del Saigón de 1974, donde se afanaban en aparentar normalidad cuando el desmoronamiento era inminente. Es patético el modo de vida del grupo de vietnamitas en el exilio, con un alto mando (el General, aquí no se gastan los nombres) que se niega a asumir que la guerra ya se perdió. Convence el escepticismo de Sandra Oh (Anatomía de Grey, Killing Eve) como Sofía, esta sí tiene nombre, una americana de origen japonés que trabaja para el profesor, a quien desprecia porque también es patética esa academia que mira a Oriente desde muy lejos. Y resulta patética la industria del cine, empeñada en contar su versión de Vietnam (parece parodiarse el Apocalypse Now de Coppola) sin prestar la menor atención a los verdaderos vietnamitas, que son solo extras y para eso les vale cualquiera con rasgos asiáticos.

No respetas a nadie, no, en El simpatizante. Esa es la actitud que buscan sus autores, el literario y el televisivo. La experiencia de la serie no desmerece al exitoso libro. Es un retrato surreal y redondo del descreimiento, del para qué todo esto, de lo absurdo de las causas que creemos justas. Hacía falta una mirada distinta, así de cínica, sobre el conflicto de Vietnam, tan parecido a otros posteriores y actuales, y su posguerra. Es saludable la burla que no pretende aleccionarte de nada, sino que relativices todo.

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