MERCADOS

La vigilia de Sant Jordi José Luis Rodríguez Zapatero presentó Crónica de la España que dialoga en el Círculo de Economía. Esta entidad barcelonesa, reconocida como portavoz de la burguesía liberal catalana, tiene su sede a pocos metros del paseo de Gràcia donde brillan los hoteles y las tiendas de lujo global en las que compran clientes rusos, chinos o estadounidenses. No importa la época del año: la desestacionalización es una realidad. En la puerta de la sede del Cercle, en la calle Provença, ya es habitual ver a grupos de turistas que fotografían una parte de la fachada de la modernista Casa Milà que Antoni Gaudí construyó por encargo de un matrimonio de industriales. El día que el expresidente presentó su libro de conversaciones con Màrius Carol el auditorio del Cercle estaba lleno.

Aquel 22 de abril, al poco de empezar el diálogo, el periodista pidió a Zapatero que argumentase una de las reflexiones incluidas en el libro: “Ahora en Cataluña estáis viviendo una convalecencia”. “¿Se nos hará muy larga?”, preguntó Carol. “Normalmente hay que pensar que en estos conflictos vamos a necesitar otro tiempo igual que el que duró toda la gestación”. Desarrolló su hipótesis con un acelerado repaso cronológico a la crisis política de Cataluña de los últimos 15 años. 2010: sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatut. 2017: punto álgido del conflicto. 2024: “Pasar de la convalecencia a la recuperación activa”. Entre la sociedad civil no son pocos los que ven estas elecciones como un cruce de caminos.

Aunque nadie parece saber a ciencia cierta hacia dónde llevan uno u otro camino, el punto de partida es el estado de ánimo generalizado que caracteriza la Cataluña del postprocés. “Lo que hay es cansancio”, afirma el politólogo Oriol Bartomeus —director del Institut de Ciències Polítiques i Socials y autor de El peso del tiempo—. “También en la parte independentista”.

Así se desprende de los sondeos de opinión de largo recorrido. En 2015, según datos del ICPS, el 43% de los ciudadanos que se declaraban independentistas creían que el procés culminaría con la independencia mientras que en 2023 ya solo era un 12% el que lo consideraban posible. Este mes de marzo la encuesta del Centre d’Estudis d’Opinió —el CIS catalán— reforzaba este diagnóstico. Solo el 10% de los independentistas creen que Cataluña será independiente en cinco años.

El tiempo del fervor pasó. Grupos de WhatsApp creados en torno a las manifestaciones del 11 de septiembre y que vivieron momentos de alta intensidad entorno al 1 de octubre, ahora están más bien inactivos, a pesar de la campaña electoral.

“La política está secuestrada por una agenda extraña”, resume Genís Roca

Para describir el momento presente no son pocas las personas que usan la noción de “resaca”. Una de ellas es Marina Subirats. Esta catedrática emérita de Sociología de la Universidad Autónoma de Barcelona propuso una de las caracterizaciones más iluminadoras del procés . Tras la crisis económica de 2008, apareció “una utopía disponible”: la independencia. “Galvanizó a la sociedad catalana, también la dividió y en 2017 se demuestra que fracasa”. Desde que la sociedad catalana entró en el postprocés, según ella, no ha existido un proyecto colectivo. “Es muy difícil construir un bloque histórico porque no hay un proyecto que sea predominante”, afirma en declaraciones a EL PAÍS. “Los catalanes están desorientados, algunos repiten que haremos la independencia, pero es más por desesperación que porque exista una ruta clarificadora”.

“Ni la política ni la sociedad civil saben cuál es la Cataluña de hoy porque la del procés era heredera del pujolismo y esa Cataluña que inventó el pujolismo se ha desmoronado”. Es un diagnóstico del empresario de prensa Marc Basté, propietario de un grupo que en 2022 adquirió Nació Digital que cuenta con diversas ediciones locales. “Mi principal incentivo es contribuir desde los medios a que el catalán se mantenga y tenga relevancia social”. Este editor ha reflotado cabeceras de toda la vida como el Diari de Sabadell o el Diari de Terrassa, periódicos de dos ciudades que fueron referente histórico de la industrialización.

Mantenemos la conversación con Basté el 7 de mayo, después de que el Banc Sabadell rechazase la oferta presentada por el BBVA y antes del anuncio de la opa hostil del banco que preside Carlos Torres. En ese momento la única política que ha criticado con firmeza las consecuencias políticas de la absorción era la consejera de Economía, Natàlia Mas. Basté explica las implicaciones simbólicas de lo que podría representar la absorción de la entidad: perder “el último símbolo de resistencia de un modelo industrial pasado, enraizado al país y de valor añadido, desarmado frente al capitalismo financiero de los grandes fondos de inversión”.

Sobre el caso del Banc Sabadell el catedrático de Economía Oriol Amat hizo esta valoración en el programa Cafè d’idees de Televisión Española: “Uno de los motores claves de un país es el sistema financiero y en los últimos años Cataluña ha perdido mucho poder financiero”. Sería un caso más de la incómoda sensación de resaca: una crisis de identidad y desempoderamiento que se alarga por la falta de un proyecto ilusionante. Durante esta legislatura los titulares han ido en otra dirección. Podría ser el shock de los resultados de las pruebas PISA, el endeudamiento crítico del FC Barcelona, la pérdida de Celsa por parte de la familia que fundó la gran metalúrgica y ahora la posible absorción del Sabadell —un banco indesligable del tejido empresarial catalán—.

Mientras el procés absorbía la mayoría de las energías tanto de la clase política como de la sociedad civil, el país se estaba transformando desde un punto de vista económico y demográfico. Hace seis meses, el Institut d’Estadística de Catalunya dio un dato que corregía las predicciones que el mismo organismo venía realizando en los últimos años: la nueva ola inmigratoria, que a mediados de la década pasada se reactivó con la superación de la crisis económica, había llevado la población a los ocho millones. Si en su día la Generalitat realizó una campaña de orgullo cuando se llegó a los seis millones, ahora no se percibe un liderazgo ilusionante para esta nueva realidad. Hay localidades del interior del país que, si siguen las cifras de empadronamiento actual, tendrán el mayor aumento de población de toda su historia. Ahí es donde mejores resultados puede obtener la recién estrenada extrema derecha independentista.

Después de años posponiendo el debate sobre la cuestión de la inmigración, se ha normalizado de manera acelerada al llegar a los ocho millones de habitantes a la vez que los partidos de extrema derecha —Vox y Aliança Catalana— usan el discurso xenófobo sin disimulo. Pero la discusión dominante, por ahora, no ha sido primordialmente sobre la baja natalidad o la disolución de la identidad, como ocurre en otros países de Europa, sino sobre si el actual modelo de desarrollo y el caduco sistema de financiación posibilitarán la viabilidad a medio plazo de los servicios públicos. “Debe empezar a decirse que la inmigración no nos traerá bienestar, nos lo restará”, defiende Joan Vila —analista económico en el Diari de Girona y empresario de la industria papelera—. “Sin el valor añadido de la educación, la economía no genera recursos para mantener los servicios públicos”.

Existe una incómoda sensación de resaca, crisis de identidad y desempoderamiento

Los análisis sobre la evolución de la productividad son concluyentes: la economía catalana, que estaba entre las regiones destacadas de Europa, cada vez es más una economía del montón. Puede crecer en términos absolutos, pero ha perdido la ventaja de la que partía.

Esta paradoja explica que el proyecto del complejo turístico Hard Rock, que debería construirse en Tarragona entre la petroquímica y Port Aventura, sea motivo de controversia y el desencadenante de la no aprobación de los presupuestos que desembocó en la convocatoria de elecciones anticipadas. Así se explica también, por ejemplo, que el 50% de las mujeres trabajadoras, si viviesen solas, serían pobres. Lo certifica un estudio del Observatori de la Dona de la Cambra de Comerç y explica Marta Angerri, directiva del grupo alimentario Ametller y presidenta de la Comisión Agenda 2030 de la patronal Foment del Treball. “La política está secuestrada por una agenda extraña”, resume el consultor Genís Roca, presidente de la Fundació.cat e impulsor del equipo que elaboró un plan de acción para la reactivación después de la pandemia.

El balance riguroso sobre lo que ha ocurrido en Cataluña durante el primer cuarto de siglo XXI, en las dimensiones políticas y económicas y en su interrelación, no se ha realizado. Y aunque uno de los marcos mentales que Salvador Illa ha querido instalar a lo largo de la campaña ha sido el de “la década perdida”, aún no existen investigaciones sistemáticas para evidenciar cuál ha sido el coste del procés. “Siempre es más fácil decir que la culpa ha sido de otro”, afirma el economista y profesor de IESE Jordi Gual. “No se ha realizado la revisión crítica”, sostiene el profesor Bartomeus.

Más optimista es el secretario general de Comisiones Obreras en Cataluña. En su despacho, Javier Pacheco coloca una cápsula en una cafetera y, al mismo tiempo, articula un relato muy sólido antes de asistir a la reunión del comité federal de las 10 de la mañana. “Hay sectores que están impactando de manera positiva. Se ha empezado a salir del callejón sin salida al que nos llevó la crisis financiera y la crisis política”. No ve líderes con mirada estratégica, pero sí constata un cambio en el modelo de desarrollo catalán que el sindicato certifica a través del análisis de los convenios colectivos. Los brotes verdes los identifica en el sector tecnológico y en el agroalimentario, “el que más crece en actividad económica”. Y Barcelona sigue manteniendo una potente actividad tractora. Son síntomas que señalan el posible fin de la convalecencia.

Activos de futuro

“En nuestra economía tienen un peso excesivo actividades de bajo valor añadido como el turismo”, dice Teresa García Milà —directora de la Barcelona School of Economics y vicepresidenta del Círculo de Economía—, “pero se han consolidado buenos activos de presente y de futuro”. A pocos metros de la sede de Comisiones, también en la Vía Laietana, está un nuevo centro de innovación dedicado a las ciencias de la salud. Se inauguró en febrero de 2023 y lo ha impulsado la asociación Tech Barcelona. Esta potencia creciente del sector biomédico entronca con la pujanza histórica de la industria farmacéutica local. Si el conflicto político le restó muchas posibilidades a Barcelona de acoger la Agencia Europea del Medicamento, la decisión de AstraZeneca de ubicar en la ciudad su hub de innovación es una señal de la posibilidad de abrir una nueva etapa.

Incluso la sede elegida por la farmacéutica se puede descodificar en clave de simbolismo político: la antigua sede de Telefónica. Durante una década el edificio Estel ha estado medio abandonado. Estos años ha pasado por diversas manos y han sido distintos los usos a los que parecía destinado. En el barrio se habló durante una temporada de pisos de lujo o de un centro comercial. El esqueleto seguía allí, sin movimiento alguno. Pero desde hace unos meses han empezado a colocarse cristales ondulados que dan forma a una nueva fachada.

La posibilidad de activar una nueva etapa en Cataluña la detecta también Manuel Borja-Vilell. Su despacho como asesor de la Consejería de Cultura de la Generalitat está en el Palau Moja de las Ramblas, otro edificio emblemático de la industria decimonónica y la consolidación de una burguesía local. “En esta habitación dormía el Marqués de Comillas”, explicaba el lunes a EL PAÍS. “En el mundo del arte y de los museos, el período del procés ha sido un impasse. Ahora existe un deseo, que no tiene que ver solo con el procés (también con la crisis económica y la ciudad turistificada), de avanzar, pero no sé sabe muy bien cuáles son las claves para conseguirlo”. En pocos días, Borja-Vilell presentará el plan que ha estado elaborando durante los últimos meses.

¿Hasta qué punto el inicio de esta nueva etapa, la recuperación activa de Zapatero, depende del resultado de las elecciones? El politólogo Oriol Bartomeus argumenta que Cataluña vive en el limbo desde 2018. “El procés como movimiento está muerto, pero podemos seguir bailando con un fantasma porque de alguna manera simulamos que sigue vivo, y a la vez hay la posibilidad de iniciar una transición, que aún no ha empezado”. Estos parecen ser los dos caminos. En la pizarra donde está a punto de dar clase, Jordi Gual garabatea un esquema. “El gran dilema es entre la razón y la emoción y el mundo se deja llevar por la emoción”. Nadie cabalga mejor sobre ese dilema que Carles Puigdemont.

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