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El dicasterio de Doctrina de la Fe del Vaticano ha condenado al arzobispo italiano Carlo Maria Viganò, de 83 años y titular de una sede honorífica, a la excomunión por un delito de cisma, según ha anunciado la Santa Sede este viernes por la mañana en un comunicado. El órgano disciplinario católico ha concluido así, de forma fulminante, un proceso penal canónico abierto hace solo dos semanas contra el principal agitador del ala más ultraconservadora de la Iglesia católica, que ve a Francisco como un pontífice ilegítimo y opina que las esencias de la verdadera fe han sido traicionadas desde la modernización de la Iglesia a finales de los sesenta, con el Concilio Vaticano II. La sentencia considera que “son conocidas sus afirmaciones públicas de las cuales se deduce el rechazo a reconocer y someterse al Sumo Pontífice, a la comunión con los miembros de la Iglesia y a la legitimidad y autoridad del Concilio Ecuménico Vaticano II”.

Se trata de un golpe de autoridad, ya bastante previsible a estas alturas, con quien ha representado estos últimos años el sector más rebelde y reaccionario de la Iglesia, hostil al Papa casi desde su elección en 2013. La decisión llega a menos de un año de la incorporación del argentino Víctor Manuel Fernández, muy próximo a Bergoglio, al dicasterio que vela por la ortodoxia, y supone un cierre drástico de una cuestión que se arrastraba desde hace años, pese a que Viganò se había ganado a pulso la expulsión del clero con sus incendiarias manifestaciones. Cuando el pasado mes de diciembre Francisco se mostró a favor de bendecir a las parejas homosexuales, el arzobispo díscolo cargó contra “los siervos de Satanás, empezando por el usurpador que se sienta en la silla de Pedro”. En líneas generales, ve la Iglesia de Francisco como un sistema para aplicar “el plan de la Masonería y la preparación del advenimiento del Anticristo”.

Viganó era ya un personaje folclórico, conspiracionista y teológicamente en la parte más retrógrada del siglo XIX, pero aglutinaba a su alrededor como rostro visible a esa parte de la Iglesia que odia a Francisco y contaba con apoyos sobre todo en los círculos más reaccionarios de Estados Unidos. La misma órbita donde se mueven en España, por ejemplo, los sacerdotes que acompañaban a las monjas rebeldes de Belorado. Hasta ahora, en el Vaticano había predominado la paciencia y la convicción de que se trata de un personaje marginal, pero el Papa, preguntado en mayo en una entrevista de CBS por las corrientes más montaraces de la Iglesia estadounidense, había respondido: “Conservador es aquel que se aferra y que no quiere ver más allá. Es una actitud suicida. Porque una cosa es tener en cuenta la tradición, tener en cuenta las situaciones de ayer, pero otra cosa es cerrarse en una dogmática cuadrada”. En todo caso, dado el ascendente de Viganò, habrá que ver si esta decisión tiene consecuencias en ese mundo conservador, si el arzobispo obtiene apoyos en su cisma y la situación deriva en algo más serio o se queda solo.

Viganò empezó a ser conocido cuando fue alejado del Gobierno de la Ciudad del Vaticano tras embrollos contables e inmobiliarios que, en principio, había denunciado. Por alguna razón, Benedicto XVI decidió enviarlo de nuncio a Washington en 2011, decisión que él se tomó como una patada para arriba, donde permaneció hasta su jubilación en 2016. Acabar así, sin que le hicieran cardenal, también se ha interpretado como otro motivo más de resentimiento.

El escándalo Vatileaks, en el que se filtraron cartas y documentos internos de la Santa Sede en 2012, lo tuvo como protagonista, pues algunas de las misivas denunciando corruptelas eran suyas. Pero cuando realmente se dio a conocer fue en 2018 al divulgar una carta pública acusando a Francisco de haber conocido los abusos sexuales del cardenal de Washington, Theodor McCarrick, que fue expulsado del clero al año siguiente, y no hacer nada. Una investigación posterior desinfló las acusaciones, pero ya le puso en el mapa de la oposición a Bergoglio. Fue el inicio de sus ataques al Pontífice, al que ha llamado de todo desde entonces, en una deriva conspiranoica que le ha llevado a ensalzar a Donald Trump, a Putin, a los antivacunas y ver en la pandemia un plan oculto de dominación del mundo. También niega el cambio climático y mantiene contra la inmigración la teoría del gran reemplazo.

Era una evolución natural que se acercara a los lefevbrianos, el grupo tradicionalista fundado por el obispo francés Marcel Lefebvre, que en los años setenta protagonizó uno de los últimos cismas católicos, por su rechazo a los cambios del Concilio Vaticano II (por ejemplo, dejar de dar la misa en latín y de espaldas a los fieles). No obstante, hasta este mismo grupúsculo ha considerado que iba demasiado lejos incluso para ellos y que en algunas de sus opiniones estaba aún más a la derecha. En los últimos meses, Viganò había intentado montar su propio convento cerca de Roma, en Viterbo, para acoger a sacerdotes tradicionalistas y opuestos a Bergoglio, y fue la gota que hizo colmar el vaso, por la pretensión de crear una especie de Iglesia paralela. A partir de ahí se fraguó un proceso canónico que se ha resuelto rápidamente, entre otras razones porque ya había un cúmulo de pruebas sobre la mesa sobre sus palabras y sus obras.

El arzobispo no se había presentado al proceso vaticano ni tomado un abogado defensor. Es más, a través de las redes sociales se había jactado de que por fin el Vaticano quisiera echarlo: “Considero las acusaciones un motivo de honor”. Aseguró que el Concilio supuso “un cáncer ideológico, teológico, moral y litúrgico del que la Iglesia sinodal de Bergoglio es la necesaria metástasis”, y que Francisco “actúa en evidente discontinuidad y ruptura con todos los Papas de la historia y con la Iglesia de Cristo”.

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