MERCADOS

La muchedumbre se enamoró. “¡Hey Juuuuude…! ¡Hey Juuuuude…!”, gritaban, convencidos, seguros, ratificados en su deseo de creer en Jude Bellingham. Eran unos 40.000. Pero había muchos más dispersos fuera del estadio, en Gelsenkirchen, en Oberhausen, en Essen, en Düsseldorf. Durante días habían plagado la cuenca del Ruhr —ese paisaje sombrío, marcado por cicatrices de la moribunda industria pesada— con sus uniformes blancos y su banderas cruzadas, montando fiestas en todas las terrazas y bebiendo alegremente mientras aguardaban al gran momento. La revelación mística se produjo del modo más primario imaginable. A la inglesa. Por las bravas. Sin mucha imaginación. Con un cabezazo pinturesco que sirvió para disimular un partido penoso de Inglaterra, apretada hasta el final por una Serbia limitada que entró al partido ofuscada y solo descubrió sentido a lo que hacía cuando dejó de especular.


Predrag Rajkovic,
Strahinja Pavlovic,
Milos Veljkovic,
Nikola Milenkovic,
Andrija Zivkovic,
Nemanja Gudelj,
Filip Kostic,
Sasa Lukic,
Aleksandar Mitrovic,
Dusan Vlahovic,
Sergej Milinkovic-Savic,
Filip Mladenovic (Filip Kostic, min. 42), Ivan Ilic (Nemanja Gudelj, min. 45), Luka Jovic (Sasa Lukic, min. 60), Dusan Tadic (Aleksandar Mitrovic, min. 60) y Veljko Birmancevic (Andrija Zivkovic, min. 73)


Jordan Pickford,
Kieran Trippier,
John Stones,
Kyle Walker,
Marc Guéhi,
Bukayo Saka,
Declan Rice,
Jude Bellingham,
Trent Alexander-Arnold,
Phil Foden,
Harry Kane,
Conor Gallagher (Trent Alexander-Arnold, min. 68), Jarrod Bowen (Bukayo Saka, min. 75) y Kobbie Mainoo (Jude Bellingham, min. 85)

Goles
0-1 min. 12: Jude Bellingham

Arbitro Daniele Orsato

Tarjetas amarillas
Gudelj (min. 38), Tadic (min. 74)

Bellingham abandonó la hibernación en Gelsenkirchen, desde luego. Como los osos después del largo sueño de los meses fríos, el hombre que pasó inadvertido en los siete partidos eliminatorios de la última Champions se despertó al calor primaveral y al aroma dulce de los tilos que abundan en estos parajes, y fue a cabecear ese centro con el entusiasmo de los futbolistas que sienten que realizan el sueño infantil tirándose de palomita con la frente por delante. Walker había habilitado a Saka por el carril central y el extremo le había colgado el centro al punto de penalti. Contra la jugada, aprovechando que Kane arrastró a los tres centrales serbios hacia el primer palo, el jugador del Madrid irrumpió desde atrás con tanta fuerza y felicidad que Zivkovic, el lateral que fue a cerrarle, salió despedido como si lo hubiera arrollado un tren. El balón se hundió en la red e Inglaterra se puso por delante sin más prolegómenos. Transcurría el minuto 13 y el partido no había ofrecido nada más relevante que un centro a la olla y un cabezazo soberbio.

Dijo Gareth Southgate que la Eurocopa “es un carnaval del fútbol”. Fue lo más luminoso que pronunció el seleccionador inglés en la neblina de su discurso de la víspera del partido, un rosario de términos burocráticos que podían encerrar cualquier significado. Es cierto que en este torneo, sobre todo en la primera fase, pesan mucho las consideraciones folclóricas, sentimentales, incluso turísticas. Lo permite la presencia de numerosos equipos tan poco bendecidos por dones futbolísticos como Serbia, que llegó a Gelsenkirchen embargada por los complejos. Así Southgate pudo desplegar una alineación con fuerte impronta política. Comenzando por el mediocentro. Por no dejar en el banquillo al popular Alexander-Arnold se inventó un puesto para él, pivote-lateral, y relegó a la suplencia a los espléndidos Mainoo y Warthon, dos especialistas que han hecho muchos más méritos que el lateral del Liverpool para jugar de interiores pero carecen de caché mediático y de fama, y eso es algo que valoran mucho los hinchas en estos días. Bastó esta extravagancia para que Inglaterra se bloqueara en la salida del balón, pues Alexander-Arnold acabó desplazándose naturalmente a su ecosistema de lateral y el equipo perdió un punto de apoyo en el mediocampo.

Inglaterra no carburaba en el primer pase y cuando alcanzaba el último tercio del campo, donde esperaban los serbios, Bellingham, Foden y Harry Kane, todos afanándose por ir por dentro, se solapaban con demasiada frecuencia, como si no estuvieran seguros de qué hacer para combinar contra una defensa cerrada en su área. El gol de Bellingham tuvo la virtud de resolver este problema. Con el 1-0, Southgate mandó al equipo a esperar atrás, y entonces se produjo una suerte de milagro al revés. Inglaterra, probablemente la plantilla más dotada de Europa, dedicó lo que restaba de velada a esperar en su campo, darle la pelota a Pickford para que la desplazara en largo a ver si Kane o Bellingham la aguantaban, y a salir a la contra en un proceso que nubló a Foden y aisló al propio Kane, las figuras más ingeniosas de un equipo plano.

Fue así que la azorada multitud de hinchas peregrinos contemplaron cómo Tadic, Vlahovic, Savic y Gudelj se metían en territorio del favorito y comenzaban a llegarle en tromba. Inglaterra no habría resistido si no hubieran aparecido Stones, Walker y sobre todo Declan Rice, un gigante en el arte de equilibrar y administrar abundancia y escasez. Hay futbolistas que brillan con viento a favor. Rice se enciende en las noches más oscuras. Contra Serbia dio un recital de intercepción de pases y orientación de las evacuaciones bajo presión. Sin la concurrencia del volante del Arsenal seguramente Serbia habría encadenado su patido número 23 marcando goles.

Así ganó Inglaterra y así se coronó Bellingham, lo más vistoso de un partido exasperante, tal y como plasmó la estadística más pobre de tiros a puerta en un encuentro de Eurocopa: 11 en total, 6 a favor serbio, 5 a favor inglés.

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