MERCADOS

Ya celebró Paloma Rando en este mismo hueco lo buena que era Eric (Netflix), y suscribo su recomendación. He disfrutado de esta serie perturbadora y atrevida en la que brilla un Benedict Cumberbatch en un papel límite, y una Gaby Hoffmann impecable, que transmite en medio gesto un agotamiento infinito. La obra tiene muchos aspectos jugosos para hincar el diente analítico, pero me quiero quedar en una impresión tangencial. Más que una impresión, un picor incómodo.

Eric sucede en 1985 en un Nueva York hecho trizas, y el protagonista es un titiritero inspirado en Jim Henson, creador de un programa émulo de Barrio Sésamo. Podemos anticipar la premisa desde los créditos: ese mundo de fantasía y candor esconde unas cloacas que engullen a los niños. Basta rascar un poco para que asomen la adicción, la perversión y la maldad pura.

Esta premisa está tan asimilada por el público de 2024 que la serie ni siquiera la presenta con intriga. La trama no desengaña al espectador, no le dice: siéntate y espera, que no te vas a creer la mugre que hay debajo de los muñecos. El espectador ya lo sabe, tan solo tiene curiosidad por saber qué tipo de mugre es: ¿mugre sexual? ¿Mugre machista? ¿Mugre homófoba? Sin destripar nada, en Eric hay un tutifruti de todas esas mugres, por usar una expresión de los ochenta.

No hace mucho, el fenómeno Yo fui a EGB rentabilizó la nostalgia de la generación X (adulta, con la hipoteca pagada y ansiosa por gastar mucho dinero en morralla de Olé, olé y Tino Casal, y así revivir la juventud, aunque con ediciones originales de lujo, en vez de las cintas de casete TDK regrabadas), pero el péndulo está ahora en el otro lado, gracias, entre otros, a Bill Cosby. Presumir de haber ido a EGB infunde sospechas en los jóvenes. ¿A EGB, dices? ¿Hacías bullying, comprabas heroína en el quiosco de las chuches, apaleabas a homosexuales y violabas a tus amigas?

Diría que la verdad está más cerca de esta visión apocalíptica que de la nostalgia anterior: ya bromeábamos los niños de los ochenta con la harina que cubría el delantal de Chema en Barrio Sésamo, suponiendo que era otra sustancia que le hacía ser muy hablador y entusiasta. Ambas imágenes son falsas. Que se imponga hoy la versión oscura habla más de los miedos de hoy que de los traumas de ayer. Eric es también un reproche inconsciente: mirad qué bárbaros erais, gente de los ochenta.

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