MERCADOS

Al entrar en la suite de su hotel parisiense, pegado al Palacio del Elíseo, interrumpimos a Anitta haciéndose una limpieza espiritual vía móvil. “No pasa nada, la terminaré mientras hablamos”, nos tranquiliza, en un español casi perfecto, la cantante brasileña más internacional, nacida como Larissa de Macedo Machado (Río de Janeiro, 31 años). La entrevista tendrá lugar mientras la curandera purifica virtualmente sus energías. “Cada vez que cambio de ciudad, organizo una sesión de limpieza o de reiki. En la última gira acabé muy cansada, no solo en lo físico sino también en lo mental. No me gusta coger tantos aviones y dormir en hoteles sin mis perros, sin mi familia”, afirmaba la diva del funk brasileño, que en otro tiempo solo se escuchaba en las favelas y las discotecas nocturnas de las periferias.

Con Anitta, la Beyoncé carioca, todo ha cambiado. El estilo ha traspasado fronteras, desposeído de los estigmas de otro tiempo e incluso politizado en favor de los que menos tienen. Convertida en embajadora de su país, portadora de un mensaje de justicia social que transmite a través de ritmos fogosos y bailes tórridos, la cantante actuará esta semana, en la cúspide de su éxito, en Madrid, Barcelona e Ibiza.

“Si lo hubiera vivido hace siete u ocho años no sé si hubiera sido bueno. No estaba lista mentalmente y no habría tomado las mejores decisiones. Ahora creo en los tiempos de Dios y del universo. Ellos se ocupan de que todo vaya bien”, añade Anitta, de religión candomblé. En mayo, el lanzamiento del vídeo de su canción Aceita le costó una ola de odio en su país, donde las religiones afrobrasileñas despiertan animosidad en un sector de la población. La cantante perdió 200.000 seguidores en Instagram en un par de horas. No fue muy grave: tiene 65 millones.

La cantante brasileña Anitta, durante su concierto en el Elysée Montmartre de París, el sábado pasado.FRED OTHERO

En poco más de una década, Anitta ha pasado de bailar en las calles de la barriada de Honório Gurgel, a una veintena de kilómetros de la playa de Ipanema, a colaborar con Madonna —actuó junto a ella en Copacabana hace pocas semanas—, Cardi B, Snoop Dogg, Maluma o J Balvin. “Si me ha ido bien es porque siempre tuve un propósito. No trabajo por tener dinero y éxito, por los hits y la plata. Siempre quise cambiar la vida de las personas, cambiar la sociedad”, respondía el sábado pasado mientras se preparaba, vestida con una camisola y con gruesos calcetines de deporte en los pies, para su doble concierto en París: el primero, con el festival Solidays, y el segundo, en el Elysée Montmartre de la capital francesa.

Minutos después, nos subimos a una furgoneta y cruzamos la ciudad en tiempo récord hacia el primero. Mientras observa los Campos Elíseos por la ventana del coche, Anitta dice sentirse satisfecha por sus logros. “He cambiado muchas cosas en la industria de mi país, los comportamientos, el machismo. He luchado por la libertad de las mujeres y del colectivo LGBTI. Sí, estoy orgullosa”. No es para menos: cuando se aspira a un público masivo, en un país tan polarizado como Brasil, la apuesta fue arriesgada.

“Me pudo salir muy mal, pero cuando haces las cosas con amor y verdad todo acaba bien, incluso si te equivocas. Un estilo como el funk estaba mal visto por dar voz a los pobres y los negros. Los políticos nos hacen creer que esta música estimula el crimen y la marginación, cuando no es así. Los músicos de las favelas hablan de lo que ven cuando salen a la calle: violencia, droga y sexo. Si los políticos quieren que sus letras cambien, primero tendrán que cambiar su realidad”.

No niega que, hace pocos años, no sabía casi nada de política. “Cuando naces en una favela no tienes la estructura que te permita aprender cómo funciona. Es el caso del 80% de la población brasileña”, opina. “Se me ocurrió tomar clases de política en directo en mi Instagram, para que mi público pudiera aprender conmigo. Eso cambió el escenario político para muchos de mis seguidores”. Anitta cuenta con “un consejo de personas” que la informan sobre la actualidad y llaman su atención sobre asuntos sobre los que debe pronunciarse. Lo encabeza Paula Lavigne, la esposa de Caetano Veloso. “Los dos son muy amigos míos. Me pone en contacto con investigadores y especialistas en medio ambiente, racismo, derechos sociales y LGBTI”, explica Anitta. Hace poco, la cantante protestó contra una nueva ley que penalizaba a las culturas amazónicas. Asegura que sus palabras tuvieron efecto en sede parlamentaria.

En otra era, nombres como Veloso, Gilberto Gil o Chico Buarque eran perseguidos por la junta militar por sus textos subversivos. Hoy, la canción protesta se ha reencarnado en los sensuales bailes de Anitta, portavoz de la contestación contra Jair Bolsonaro, al que se opuso en sus redes y llegó a bloquear varias veces en Twitter. La cantante brasileña apoyó y votó por Lula, aunque tampoco lo exime de sus críticas. “Sigue habiendo un montón de problemas y debemos decirlo. Aunque sea el presidente que escogimos, no podemos comportarnos como un club de fans”, afirma. “Aun así, lo escogí porque mi prioridad era la democracia. No me gustó lo que hizo Bolsonaro con el país: enfrentarnos. Somos una sociedad con tantas personalidades e identidades… ¿Cómo podemos vernos solo como dos grupos opuestos? Eso sería como entender el país como un partido de fútbol. Y la política no es el fútbol”.

En 2022 se hizo aún más famosa en España al perrearle a Isabel Díaz Ayuso: “Me dijeron que era la presidenta de la Comunidad de Madrid. Entendí que lo era de una comunidad de fans”

Llega la noche y el público espera dentro del Elysée Montmartre, sala histórica en la parte baja de Montmartre. El destino ha querido que Anitta actúe el día del orgullo: la cantante declaró que era bisexual en 2018, en el marco de Go Anitta, su docuserie en Netflix. “Me recomendaron no hacerlo, porque en Brasil había mucho prejuicio. Pero pasó esto: me grabaron besando a una chica en una fiesta y eso desató una crisis en mi equipo. Había que encontrar a la persona que había colgado el vídeo para que lo borrara. Me pareció que si hubiera besado a un chico no se armaría ese lío. Y ahí decidí que no podía ser. Quiero ser libre para besar a una chica sin preocuparme”, relata Anitta. “Mi familia lo ha sabido siempre. Cuando tenía 13 años ya le conté a mi madre que había besado a una”. Reconoce que se siente más cercana a su padre, vendedor de baterías de coche, que a su madre, que hace bolsos y carteras. “Mi padre es mi mejor amigo. Con él hablo de todo, hasta de mis novios, no se escandaliza de nada. Mi madre es un poco más conservadora, así que le ahorro las partes más locas”.

En España, su actuación más recordada tuvo lugar en 2022, cuando la estrella brasileña decidió perrear a la vera de Isabel Díaz Ayuso. “Mi publicista me dijo que era presidenta de la Comunidad de Madrid, pero yo no lo entendí, porque en Brasil las comunidades autónomas no existen. Creí que hablaba de una comunidad de Facebook, que era la presidenta de mi comunidad de fans madrileños”, se carcajea. Le decimos que el primer trabajo de Ayuso en política fue como community manager. “¿Ah, sí? Pues no iba tan perdida…”. Se escucha el rugido de un público que ya no puede esperar más. Anitta sale a ganar, como siempre. “Se prepara, vou dançar, presta atenção” (”Prepárate, voy a bailar, presta atención”), canta en uno de sus mayores éxitos, Vai Malandra. Y, de repente, mientras la sala arde, no vemos cómo evitarlo.

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